Las Navas del Marqués a 29 de marzo de 2023 |
40 visitas ahora |
Tweet |
Hace unos dias me pasó algo curioso, había bajado a la puerta de la oficina a tomar el aire, llevaba toda la mañana siendo trolleada sin piedad por el código de un proyecto para el que estoy trabajando, estaba intentando bloquear los paquetes que llagaban al plano de control de un complicado software, pero por más que lo intentaba no había manera, se colaban. Después de perder media mañana con el asunto no me quedaban más que tres opciones:
1: Llorar amargamente para solaz, entretenimiento y preocupación de mis compañeros de trabajo.
2: Hacerme un café en mi taza corporativa, asco de vida, para agravar mis males se me gastó la leche condensada y el café solo no me acaba de gustar, mas llanto desconsolado
3: Bajar a la puerta, que me de él aire y con la mente en blanco dejar que fluyan las ideas.
Como la uno no me apetecía y la dos no tenía solución opté por la tres.
Ya abajo se acercó una mujer con su hijo pequeño, que atraído por el movimiento de las puertas giratorias estuvo cerca de meterse dentro del edificio. La mujer alzó la voz disgustada para atraer la atención de su hijo. No tardó en reparar en el letrero de "Telefónica" en la pared, me miró de reojo y dijo descaradamente, "No entres en esa cueva de ladrones". Ignoro que problema habría tenido con nosotros, aún así, me ofendió, sí, me indignó muchísimo.
Este edificio y el de enfrente son míos, los conocí cuando eran la central internacional y la urbana del barrio de Salamanca de Madrid hace ya para 22 años, feos con ganas, con su central de barras cruzadas tipo pentaconta, el sonido incesante similar a la lluvia de cientos de miles de relés y un agradable olor a esteatita y metal recalentados, (a mi gustaba, pero como dicen, para gustos los colores).
Yo tuve allí una vez dos criaturas, una en cada edificio, se trataba de dos pequeñas centrales telefónicas especializadas, allí las parimos, las bautizamos y las educamos, crecieron e incluso disfrutaron de unos pocos segundos de gloria en la televisión y pasado el tiempo desaparecieron, como si de seres vivos se tratara.
Las máquinas también tienen su alma y su carácter, las que les insuflamos sus creadores, tras miles de horas de trabajo, de insomnio, nervios e ilusiones; jamás creáis que un ingeniero es una persona fría y sin emociones, es pura emoción y creatividad, solo que es un tanto enrevesada y pedante.
La primera criatura, que residía en la planta baja de Don Ramón de Cruz era un sistema de prevención de fraude en llamadas internacionales que bloqueaba los locutorios piratas y a algunos hackers curiosos, tenía un carácter socarrón y autoritario, una mala pécora y una antipática que dejaba a la gente con la palabra en la boca en cuanto se olía que alguien estaba intentando llamar sin pagar, utilizando un invento del célebre hacker conocido como El Capitán Crunch. Por alguna razón Big Cat, (así se llamaba), tenía manía a los Brasileños, le disgustaba el idioma portugués y era propensa a sospechar que algo tramaban y cortaba llamadas injustificadamente, tuvimos que sacar el tráfico de Brasil antes de que nos dejara en mal lugar. Era un mal bicho lleno de prejuicios.
La otra criatura, Sade, vivía en la cuarta planta de Alcántara y era la más querida, fue uno de los primeros robots de llamadas a cobro revertido que funcionaron en este país y que tanto molestan a la gente hoy en día, con sus marque tal o cual tecla, tenía un carácter dulce y aunque era algo despistada fue sin duda la más inteligente que jamás creamos, le enseñamos a hablar y a escuchar a los humanos y a tomar decisiones a partir de complejos cálculos estadísticos, y a pesar de sus cerca de dos toneladas y media de peso era esbelta y brillante, era preciosa. Tuvo varias anécdotas muy celebradas en su época, en una ocasión pasó el test de Turin; la supervisora nos comentó que una de sus operadoras atendió una llamada sorprendente, al parecer desvió una llamada fallida hacia uno de los puestos, una mujer de avanzada edad comentó que había estado hablando con “una señorita muy amable, pero que fue incapaz de conectarla con el teléfono de su hijo”, una llamada fallida era siempre un pequeño fracaso aunque en esta ocasión nos orgulleció que la buena mujer jamás se percatara de que había estado hablando con una máquina.
Los otros habitantes
En la planta baja de Don Ramón de la Cruz tenía su despacho el jefazo, todavía me parece ver al señor Balaguer, en su mesa llena de papeles y de no menos de cuatro o cinco teléfonos, todos tocando el timbre a la vez, el “Tío Bala” era un ogro malhumorado pero entrañable que frisaba ya los sesenta años de edad; atendía a todas llamadas de teléfono a la vez, a dos manos y un auricular en cada oreja, de la vieja escuela siempre contestaba las llamadas con un "aló" atonal y sin acentos, que delataba su pertenencia a la compañía y a su generación. La mayoría de las llamadas que atendía venían de otras compañías extranjeras, por aquel entonces eran famosas sus broncas a dos idiomas, "What’s the matter with Rabat’s circuits, we are diverting all the calls via Turín, ¡¡¡JODER!!!", "Why you don’t try the standard setup? ¡¡¡COÑO!!!!". Sus subordinados, acostumbrados ya, ni se inmutaban y se encargaban de tal o cual operación de mantenimiento con gesto aburrido.
“Perdonad muchachos, no puedo con estos inútiles, tenemos que hablar de Big Cat y Sade, la numeración de Tokio va a cambiar el mes que viene y queremos que Sade informe en japonés a quienes llamen a los números viejos, ahorraremos un dinero y recursos si la llamada no sale de la península, ¿podéis hacerlo?, parece fácil” “¡Ah! ¿Queréis un café?, Vamos a hablar con las niñas”
Pasados breves minutos salimos a la calle y nos dirigimos al edificio de enfrente, vamos a la cuarta plata, la sala de operadoras.
La sala de operadoras es un mundo pequeño gobernado por mujeres de formidable carácter donde los hombres tenían que pedir permiso para entrar y donde la jefa de operación podía fulminarte con la mirada, pero donde una vez pasado el primer susto cundía la complicidad.
Las niñas era la palabra que se utilizaba coloquialmente para referirse a las operadoras, tal vez por motivos históricos, por misoginia o por ambas cosas a la vez, sea como fuere, estaba claro quien mandaba allí, mandaban ellas. Un café en la salita de descanso de las operadoras era un ritual obligado y el momento de dar rienda suelta a los recuerdos. La supervisora nos relató la fatídica tarde del incendio que vivió unos años ántes, cuando ellas operaban en el edificio de Gran Vía, aquella tarde ella y varias compañeras se quedaron voluntarias y muertas de miedo atendiendo el servicio mientras el fuego devoraba el reloj de la torre del edificio, “el servicio es sagrado y debe prestarse, cueste lo que cueste”. Antonio, que estaba de turno de mantenimiento entró en la conversación, "Así fué, yo estuve también, no paraban de llamarnos abajo preguntando cómo iban los bomberos". El tío Bala cambió de tema y empezó a contar anécdotas de cuando tuvieron que cubrir con un dispositivo especial de comunicaciones el festival de Eurovisión el año siguiente al que ganó Masiel, y que por tanto se celebró en Madrid. "Era divertido, estábamos escondidos detrás de los paneles de las puntuaciones, veíamos cambiar las puntuaciones a mano"
Aquel mundo desapareció hace mucho, el edificio de enfrente quedó vacío hace casi veinte años, a veces tengo que entrar allí para trabajar en la maqueta o probar algo, es un edificio lleno de fantasmas del pasado, siempre voy con la sensación de que voy a tropezar con alguno de mis antiguos compañeros, a veces me parece escuchar sus voces. El edificio donde trabajo ahora ha quedado reconvertido en edificio de oficinas, si, la mitad de mi vida ha estado ligada a estos dos edificios y en ellos sigo, ellos me han conocido antes y después. Sade y Big Cat ayudaron a pagarme las cirugías de mi transición, yo he cambiado y los edificios conmigo, ellos me dieron la bienvenida cuando, muerta de miedo, atravesé sus puertas el día en que Amanda fue real.
Hoy continúo creando nuevas criaturas allí, la vida sigue, pero eso es otra historia
¡Quien ofende a mis edificios me ofende a mí!.
En Memoria de Lale y Pepe “El anciano”
Amaratsu