Las Navas del Marqués a 29 de marzo de 2023 |
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Hace unos días tuve la oportunidad, si se puede llamar así, de protagonizar una situación mucho más esclarecedora que cualquier media verdad de las que aparecen en la prensa de nuestro país. Como solía ser habitual, andaba yo perdido en el supermercado buscando algo que probablemente ni siquiera necesitaba, era, por aclarar un poco el asunto, un tipo con ganas de gastar sin importar en que. Entonces dos voces gritonas, agudas y estridentes que se respondían mutuamente me sacaron de mi agradable ensimismamiento consumista. Atravesé corriendo varios pasillos de norte a sur de este a oeste hasta que di con la refriega topándome de lleno con un carnicero armado que intentaba mediar entre dos amas de casa que hacían todo lo posible por estrangularse mutuamente. Tal fue la violencia con la que arrollé al carnicero que le desplacé del epicentro del terremoto y el resultado fue que, sin comerlo ni beberlo, me convertí en inmerecido y único mediador de la lucha. El espectáculo había atraído a propios y a extraños y el tumulto de espectadores ya rebasaba el campo de visión, la oportunidad de convertirme en protagonista y héroe salomónico ante aquella plebe me hizo venirme arriba y, tras carraspear y sacar pecho, comencé el interrogatorio en alta voz y con aire flemático.
Para empezar exigí a las púgiles un poco de calma y concierto. Acto seguido me dirigí a la que menos miedo me daba y le pregunté que cual era el motivo de la pelea. Ella me explicó, medio ahogada por los espumarajos que brotaban de su boca, que aquella mala pécora le había robado su carro de la compra aprovechando un descuido. No puedo negar que me quedé un poco desconcertado ante tal declaración, sin embargo me tuve que reponer para poner orden en la sala puesto que la multitud ya empezar a entonar gritos de ladrona contra la otra contrincante. Tras pedir silencio pregunté a la segunda parte litigante cual era su versión de la historia y ella, retorciéndose entre rabiosas convulsiones, acertó a contestarme que aquella hija de mala madre la había estado robando productos de su carro a la mínima que se despistaba. Entonces la multitud se volvió contra la otra y empezaron a lanzarle improperios. El caos se adueñó de la situación y empecé a pensar que ni el mismísimo Salomón podría dar solución a este litigio.
Entonces me acordé de aquel espejo cóncavo del callejón del gato que tornaba grotesca y absurda cualquier imagen de lo cotidiano. Pensé, golpeándome furioso la frente por no haberme dado cuenta antes, que ante mi tenía un reflejo de aquel espejo que el sistema ponía en frente de los hombres para aturdirnos empujándonos a una irrealidad de miedos y absurdos que nos mantenía en un estado de estupidez constante. Acaso – me pregunté—no era cada programa de televisión, cada noticia, cada anuncio, cada discurso una parte de aquel espejo gigante que permitía al club de los poderosos darnos un falso reflejo de una realidad en la que nos explotaban como a ratas para saciar su codicia y su sed de poder y control. ¿Es que no había entrado yo mismo a este supermercado a enriquecer a una marca que me estaba vendiendo algo que yo no necesitaba, es decir, manipulándome con ánimo de lucro? ¿No eran esas mujeres víctimas de una deshumanización premeditada que nos empujaba a competir entre nosotros mismos por ser los primeros en ir al cadalso?
Miré alrededor y ví un futuro poco esperanzador. Grité a todos los presentes que sentido tenía decir que se habían robado productos que ni siquiera habían sido aun comprados, ¡que sentido tenía robar un carro dentro de un supermercado! ¡que sinsentido, señores, que sinsentido! No se dan cuenta de que nos comportamos como animales autómatas, no se dan cuenta en lo que nos están convirtiendo. No hallé respuesta y si hoy estoy aquí escribiendo este artículo es porque la paliza que empecé a recibir por parte de la multitud se vio interrumpida por un anuncio de megafonía en el que se informaba a la clientela de que había un nuevo producto en el supermercado que, como oferta de lanzamiento, estaba a mitad de precio. Todos corrieron hacía esa sección y por suerte pude abandonar el supermercado arrastrándome y escondiéndome de rincón en rincón para no ser visto.