Las Navas del Marqués a 31 de marzo de 2023 |
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Armado con la ley del silencio y vestido con la piel del cordero, he pasado media vida sentado sobre un pueblo. Este es mi imperio, lo irreal aplastando a lo cierto, un remanso de indiferencia donde ya nadie cuenta los años ni las afrentas, donde el tiempo solo parece existir para ennegrecer con su aliento las piedras y pulir con su tacto el cuero de las carteras.
Para abrir los puños que un día fueron las manos de las gentes, las mismas que ahora se obcecan en doblar su libertad para que entre por la rendija de la jaula transparente, les tenté con oro y les pagué con aire. Mansos hermanos míos, cuando los puños se abren también se abre la tierra, dejando escapar de sus entrañas los demonios de la avaricia y la envidia para que se sienten sobre las manos abiertas.
Levanté espejismos de hormigón, cristal y madera, porque los ojos pueden ver el becerro de oro, pero son incapaces de mirar su miseria. Nunca querréis comprender que todo lo que la soberbia y la ambición construyen no son más que negras chisteras de mago para ocultar las vergüenzas, monumentos al miedo que siempre terminan por hacerse jirones sobre vuestras mismas cabezas.
Amigos míos, el secreto está en que, como buen ilusionista, de los de capa ancha y traje de seda, nunca dejé que cayera la tensión, ni la de la soga ni la de las cadenas, ni tampoco permití jamás que la negra magia se perdiera. Y así, cuando quise construir mi acrópolis y tantos dudaron de que pudiera yo sacar de la nada una ciudad entera, les convencí con la hazaña de cortar en una noche todos los árboles de la pradera.
La verdadera mentira se apoya sobre la media verdad, dicho sea que la falaz certeza de la palmada en la espalda y la sonrisa traicionera bastaron para que todos apostaran de nuevo por mí en la vieja tómbola de la carretera. Y aunque cierto es que en todo este tiempo no ha pasado un solo sol estival que no me viera frente al tronco de la toga negra, la verdad verdadera es que de esto mi gente no entiende porque tal esfuerzo no les merece la pena.
A veces para mal y tantas para bien, la memoria no arraiga en los duros riscos y ni en las yermas eras y, donde el olvido corrompe lentamente las cosas buenas, de las malas no deja ni los fuertes huesos que las sujetan. Así todo queda en casa y, barriendo siempre para afuera todo lo que es riesgo o amenaza, el pueblo, como todas las cosas que ignoran el paso del tiempo, en paz descansa.
Cierto es que podría ser fértil el suelo de esta tierra, pero me vi obligado a anegar pozos y ensuciar el agua de las montañas, no por malicia, inclemencia o saña, si no por que las mentes que crecen en suelo libre no solo son dañinas para las buenas gentes, si no para el que sabe que las manda. Memoria, libertad y agua no son cosas que beneficien al alma.
Prometer en vano es la norma de esta nuestra calaña, y el recuerdo impertinente de esas promesas, siempre vomitado por algunas maliciosas gargantas, tiene que ser arrancado para que la gente crezca sana. Y, año tras año, como las corridas y las charangas, donde la gente abarrota las calles unos días para luego dejar el resto del año olvidada su casa, renazco para regalar el fuego a los hombres sin que se den cuenta de que antes lo arranqué de su propia alma.
Media vida pasa y esto nunca se acaba, es como los absurdos bucles que unen los sucesos en las películas malas. Para qué cambiar, si aunque todo esté roto aparentemente marcha, solo hay que recurrir al error y al lo siento cuando el mecanismo se atranca. No existen las malas intenciones, tampoco el fuego, la tierra, el aire y el agua, todo es casualidad o desgracia, el único elemento verdadero es la avaricia que todo lo manda.