Las Navas del Marqués a 4 de octubre de 2023 |
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Fue hace muchos años, quizá al principio de este siglo.
Aquel día, no, mejor aquella noche salía yo de la estación de Atocha.
Acababa de bajar del AVE que me traía desde Sevilla donde no sé qué demonios habría estado haciendo y al salir a la calle la única luz era la azul de los coches de policía, muchos esos sí.
Fui caminando hasta mi casa, cosa de diez minutos, y todo Madrid o al menos mi barrio de Retiro estaba sumido en la más absoluta oscuridad sólo rota por los faros de los automóviles que iban o venían por la calle.
Al llegar a mi portal dediqué una oración a Elisha Otis padre del ascensor. Justo entre los Justos.
Uno nunca ha sido alpinista ni se le ha ocurrido subir al Everest pero escalar los siete pisos hasta mi casa a oscuras me parecía algo similar. Es ahí donde me percaté de lo dura que era la vida de los invidentes.
Por aquel entonces los telefonillos móviles no tenían ni linterna ni siquiera pantalla de luz con lo que la aventura de la escalada se prometía dura, muy dura.
Pero Dios que nunca le abandona a uno le hizo recordar que en el congreso de Sevilla le habían regalado un bolígrafo con un luciferio en la punta, escaso sí, pero algo es algo.
Cuando abrí la puerta de casa vi cómo mi mujer y los chicos sobrevivían en la mesa de la cocina con un par de linternas. Y ahora qué hacemos, no hay televisión.
No sé de quién fue la idea pero a alguno se le ocurrió desempolvar un Trivial que desde muchos años atrás dormía en un altillo.
Fue gracias a la luz, que no venía, que descubrí la maravilla de tener una familia con la que jugar.
Nunca le he estado más agradecido a Endesa.
Miguel Quijano
Navidad de 2020