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La Botica de doña Iris
Digestivos
  LA BOTICA DE DOÑA IRIS  | 9 de septiembre de 2018

Aquí en las Navas hay muchas plantas conocidas y otras menos conocidas que se pueden utilizar para aliviar toda clase de dolencias, grandes o pequeñas.

-¿Ah, sí?; no me diga.

Y esta podía ser el comienzo de una conversación con un cliente cualquiera del Hotel Iris. Pero claro, aquel no era un cliente cualquiera. Era el doctor Vélez Condal, ilustre médico psiquiatra de Madrid, que venía a veranear en el hotel y se quedaba en la habitación número once. Su esposa Paquita era una señora enfermera que adoraba al doctor Vélez y el doctor la correspondía.

Se pasaba en Las Navas unas largas temporadas, y, por qué no decirlo, dejaba generosas propinas, además de sus agradables conversaciones. Ocupaba
gran parte de su tiempo repasando historiales de sus pacientes, y qué tratamiento ponerles. Escuchaba a mi madre con atención. Claro que el doctor creía más en lo suyo, que era lo que conocía y recomendaba.

-Paquita, usted, perdone, le huele el aliento.

Mi madre era clara, directa y al grano. Los cántabros cuentan que son así. No se van por las ramas.

-Mire Paquita, la vengo observando y come muy deprisa, no mastica bien y así no hay manera de hacer una buena digestión.

-Doña Iris, con estos nervios y mi ansiedad, es que no me controlo, y sí es verdad que como muy deprisa.

-Pues ya sabe, a comer más despacito y a tomarse una infusión que le voy a recomendar para todos los días, después de comer y cenar... Y acuérdese de comer y cenar despacio.

Pronto preparó una infusión de regaliz, romero, menta-poleo, manzanilla, anís y unas hojas de jara y un poco de melisa.

-Todas estas plantas son estomacales y digestivas -le dijo a Paquita-, y la melisa le ayudará para tranquilizar un poco el sistema nervioso. Hará mejor las digestiones y descansará mejor por la noche.

Paquita era una mujer alta, de buena figura, simpática y agradecida. A los pocos días ya estaba entonada y su sistema nervioso había mejorado. De tal manera que cuando venía su marido los fines de semana estaba más tranquila, relajada y amorosa.
-Con estos pequeños remedios, no sólo mejoramos el cuerpo, también ayudamos al espíritu -le decía mi madre.
A su juicio era preferible una demostración práctica que una clase teórica platicando con alguien que no cree.
El doctor Vélez pudo comprobar cómo solo en una semana su señora había mejorado. Y él, que era incrédulo, a partir de ese momento se hizo un poco más creyente.
-Es usted el mismo diablo -bromeaba el doctor con mi madre.
-No, doctor, esto también es ciencia; muchos años de observación y de práctica; en la observación está siempre la madre de la ciencia -decía Iris-. Mire, doctor, le voy a contar que un día un pastor en Turquía, o por allí cerca, observó cómo unas cabras, al poco tiempo de haber comido de un arbusto, empezaron a dar vueltas y a brincar, como si si hubieran vuelto locas. Cogió unos cuantos frutos y los llevó a casa para probarlos. Después de cocerlos se los tomó y notó que le había estimulado y mantenía activo. Siguió probando y otro día lo tomó fresco, y otro día tostado y los efectos eran los mismos o parecidos. Lo dio a probar a los vecinos con el mismo resultado. Había descubierto -gracias a su observación y ayuda de las cabras- los beneficios del café. Usted, que es de Madrid, sabrá que el primer café de Madrid data de 1764.
-Por hoy ya tengo bastante -respondió tajante el doctor Vélez- porque además me he traído trabajo de la consulta y tengo que repasar unos historiales de pacientes. Otro día me explica que hay de sus observaciones para otros dolores o malestares.
Esto ocurrió durante la última semana. El domingo partió para el foro en su flamante Mercedes negro. A los pocos días un taxi vino a buscar a Paquita y regresó con el doctor. Fue el último día y el último verano. Alguna carta para saber de sus vidas y la felicitación navideña como cada año, al menos en los siguientes diez o doce años. Después se perdió el rastro.

Miguel A. López del Corral


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