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MARIVÍ AMIROLA
JUEGO DE SOMBRAS
  Taller de periodismo  | 26 de julio de 2018

Quise entretener al niño; los demás echaban la siesta, pero el crío como todos los de su edad no estaba dispuesto a dormir.

Buscando el fresco del porche trasero recién regado, al resguardo del implacable sol, le puse sobre mis rodillas y me dispuse a leerle un cuento.

Era una historia que ya conocía; aún así eligió esa: la misma que había escuchado una y otra vez y que se sabía de memoria.

La luz fue cambiando y las sombras empezaron a alargarse poco a poco. La del chopo llegó a rozarnos los pies descalzos. La silueta parecía una pluma y el pequeño comenzó a reír. La sombra le hacía cosquillas al mecerse con la brisa, decía.

Sorprendido, abandoné la lectura y le seguí la gracia por comprobar hasta dónde llegaba su imaginación.

- ¿Sientes cosquillas?

- Pues claro- respondió con toda naturalidad- cuando se mueve me hace cosquillas en los pies.

- ¿Conoces la historia de Peter Pan? Le pide a Wendy que le cosa su sombra.

- Vi la "peli", pero no me la han leído. Quería marcharse porque estaba enfadada, no jugaba con ella.

Le miré un tanto perplejo: ¿podía tener esa capacidad de inventiva?

Continué indagando por curiosidad.

- Tú tienes una sombra aburrida -me dijo.

- ¿Yo?

- Sí, aburrida y triste. Quieta y con la cabeza hacia abajo.

- Bueno, puedo estar leyendo o mirando el móvil, no sé.

- Eso, mirando el móvil.

- Vale, y ¿cómo es la tuya?

- La mía se llama Luar, mi nombre al revés. Es feliz; juego con ella, le cuento secretos y dormimos abrazados, por eso dejo la lamparita encendida por la noche.

- ¿No es porque te da miedo la oscuridad?

- No. Con la luz hacemos figuras en la pared, luego dormimos acurrucados.

- Ya.
Sinceramente me planteé si se estaba quedando conmigo. Después recordé la fase de "el amigo imaginario", quizá se tratara de eso.

- ¿Quieres que te enseñe? Traigo la música y bailamos con ellas.

- De acuerdo, probemos.

Corrió escaleras arriba y volvió con su reproductor musical de juguete.

Se colocó frente a la fachada, fuera del porche.

- Tú también tío -dijo.

Con pocas ganas y agradeciendo la protección de los árboles, empecé a moverme.

- ¿Ves cómo tienes una sombra sosa? No se atreve. ¡Vamos! ¡Salta! ¡Levanta los brazos! ¡Sacude la cabeza! Te tienes que reír así, echándote hacia atrás y abre mucho la boca.

Poco a poco fui soltándome, entrando en la diversión, cada vez más alocado y frenético con carcajadas y aspavientos exagerados.

Tanto fue así, que aparecieron los que sesteaban preguntándose qué estábamos haciendo.

Raúl con todo su entusiasmo les invitó a participar mientras yo les daba una breve explicación sin dejar de danzar. Poco después estábamos todos brincando y riendo como locos.

En un momento dado el "mago de la fiesta" dijo: “creo que Luar está ya un poco cansada.”

La abuela, mi madre, que desde que alcanzó ese estatus había rejuvenecido y fomentaba todas las ocurrencias del nieto, estuvo de acuerdo.

- ¿Qué tal si nos sentamos un rato y nos tomamos un sorbete?

- ¡Estupendo!

Sudorosos, pero relajados y distendidos nos sentamos a degustar el helado.

Estoy por asegurar que todos y cada uno, con descaro o de reojo, observamos a nuestra sombra deleitarse lamiendo el refrescante dulce.

María Victoria Amírola Martínez


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- Artículo realizado por Taller de periodismo
- Publicado el 26 de julio de 2018

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