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CARMEN JIMÉNEZ
Lady Di hace veinte años
  UN MUNDO PARA CURRA  | 6 de septiembre de 2017

Hace 20 años, cuando Lady Di se mató en el Pont de l’Alma, era sábado de madrugada y yo estaba en una discoteca en el poblachón. Me enteré por mi amiga María Angeles y todavía no sé cómo se enteró ella, aunque supongo que habría venido a la discoteca de otro bar en coche y por el camino encendió la radio. Nunca se lo he preguntado, no lo recuerdo y no tengo ninguna otra explicación para una época sin Facebook, ni WhatsApp, ni Twitter. Móviles sí llevábamos, eso sí, aunque no creo que Buckingham Palace le enviara un SMS: quién sabe si todavía no estarían durmiendo.

Cada vez que se habla de la muerte de Lady Di yo me acuerdo de Maria Angeles contándoselo a todo el que la quería escuchar, a unas horas y en unas condiciones etílicas que se prestaban a cualquier cosa menos a la truculencia del cuore. Mi imaginación ha reconstruido el recuerdo y ahora parece que la veo dando gritos y clamando porque nadie la creía ("que es verdad, tía, que Ladi Di se ha matado en París, qué fuerte"), y yo me veo con una copa en la mano, quizá la última de esa noche, diciéndole que no se tenía que creer todo lo que se decía en la radio.

El siguiente recuerdo que tengo es en la piscina de un pueblo cercano (en el poblachón las piscinas públicas cierran religiosamente el 1 de septiembre) leyendo la prensa con todo el despliegue sobre el suceso y sobre la vida de la princesa. La manera de leer la prensa entonces no tenía nada que ver con los usos actuales, ni en lo que se refiere al lector ni a las coberturas, aunque el histerismo ante el strip-tease de según qué acontecimientos no creo que haya cambiado demasiado desde hace 20 años.

Lady Di siempre me pareció una lánguida, aunque después de separarse de Carlos de Inglaterra igual se espabiló un poco. O un mucho, tampoco seguí su vida como para ser capaz de saber si se le pasó la ñoñez poco a poco o de golpe. Lo que parece indiscutible es que su imagen mejoró mucho cuando alguien la convenció para que se cortara el pelo bien cortado y mirara a la cámara de frente sin ladear la cabeza como si fuera un perrito de aguas pidiendo que le tires la pelota. Y lo que le convirtió en mito fue sin duda su muerte, que fijó su vida y la engrandeció: para convertirse en mito, por lo general se necesita vivir más y hacer más cosas. Pero es que los símbolos se construyen en el tiempo en el que toca vivir, no después. Creo.

En fin, creo que este fin de semana le pediré a mi amiga Maria Angeles que me ponga al día sobre Lady Di. Seguro que me cuenta cosas que no sabía, aunque no sean verdad. O sea, como la tele esta noche.


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