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DANIEL F. IBÁÑEZ
Capítulo VIII- Al salir del laberinto
  DANIEL FRAILE  | 9 de julio de 2017

Anny salió por su propio pie, aunque algo aturdida. Cuando se tranquilizó permanecimos unos segundos en silencio; de pronto su rostro se torció en una mueca de terror.

- ¡Alejaos de mí, no vais a conseguir matarme! -nos empujó y salió corriendo. Fui tras ella y me asomé por la trampilla. Valery me agarró de la pierna para que no saliese. Anny tropezó con una de las raíces; antes de que se pudiera incorporar, la planta la atrapó y la engulló.

- ¿Cómo vamos a escapar? -pregunté a Valery.

- No lo sé, no podremos huir estando tan cerca de la planta.

Frustrado por la situación le di una patada a una de las bombonas de gas que había a mi derecha. Un tenue olor se escapaba por la boquilla del recipiente metálico. Si hacemos explotar las bombonas -pensé- podríamos acabar con la planta antes de que nos capturase.

- Ya sé qué debemos hacer, Valery, pero no sé si funcionará -le conté mi plan; por la expresión de su cara no acababa de convencerla.

- No tenemos muchas opciones, sigamos con tu idea -cedió finalmente.

- Dame un momento. Debemos liberar al resto de personas -me agarró del brazo y tiró de mí.

- Ya estás otra vez con eso -replicó con dejadez-. No lo hagas, podrían tratar de eliminarnos, o correr y morir como Anny. Sal tú del sótano mientras yo prendo el gas.

- Pero...

- Nada de peros. Si no los matas ahora, nos matarán a nosotros. Solo hay una manera de salir, el juego debe acabar y debemos ser los ganadores.

Me dirigí a la salida después de darle unas cerillas que tomé de su refugio. Cuando abrió todas las espitas de las bombonas encendió con una cerilla el resto de la caja y prendió el capullo vacío donde Anny había estado atrapada. Salimos corriendo, pero la flor no tardó en apresarnos.

Nos elevó y zarandeó en el aire; luego trató de devorarnos. Antes de que lo consiguiera, las bombonas de gas explotaron. Valery y yo salimos disparados; la planta se rompió en pedazos.

Dentro del tronco había un objeto brillante; me acerqué con precaución a investigar qué era. Se trataba de un escudo de bronce, tenía tallados un emblema familiar y unas letras; el desgaste las había hecho ilegibles. El borde de la pieza tenía forma de raíces y ramas.

- ¡Vámonos o quedaremos atrapados entre las llamas! -dijo Valery tirando de la manga de mi abrigo. Asentí con la cabeza y salimos corriendo del laberinto. A la salida nos esperaba Lisbeth, que caminaba con los brazos cruzados de forma nerviosa, mientras se mordía el labio.

Al vernos, sus ojos se iluminaron. Sin embargo, cuando vio que Anny no nos acompañaba, comenzó a llorar.

- ¿Y Anny?, ¿dónde está mi amiga? -preguntó aturdida.

- Lo siento de veras; se asustó y huyó. La planta acabó con ella antes de que la pudiera avisar.

- ¡No, no..., no puede ser! -comenzó a sollozar.

- Debes irte; si estás sola tendrás menos posibilidades de sobrevivir -sentenció Valery-, nosotros iremos por este portón, no nos sigas.

- Valery... -antes de que pudiese decir más se marchó-. Debo irme con ella -miré a Lisbeth-. Lo siento.

- Lo entiendo, pero esa chica es... -Lisbeth se quedó pensativa. Al final solo acertó a decir: “Ten cuidado, este sitio no es lo que parece”.

Me reuní con Valery frente a la puerta de madera y nos adentramos en una oscura estancia. Era un largo salón abovedado, similar al de los palacios o castillos medievales; hecho en su mayoría de piedra. ¿Qué clase de mansión era para tener una estructura tan inusual? -me pregunté.

Los muebles que decoraban el hogar estaban cubiertos por sábanas, siluetas de sillas, mesas, candelabros..., acumulando polvo. Me acerqué a lo que me pareció una vieja armadura, pero, al ir a retirar la sábana, ésta cayó al suelo. Bajo la tela no había nada. De pronto una corriente de aire arrastro el resto de sábanas hasta el centro del salón.

El lugar quedó vació. Tan solo estábamos Valery, la pila de trapos y yo.

- Ten cuidado, esto no augura nada bueno -advirtió Valery tras coger una de sus largas y afiladas agujas.

Caminamos hasta el centro de la sala, una luz morada centelleaba bajo las sábanas. Fui a apartarlas, pero retiré la mano por precaución. Había algo debajo. Rápidamente nos apartamos del montón de telas. Un bulto comenzó a erguirse bajo las sábanas, tenía una silueta familiar; al despojarse de los trapos pude ver que era la sombra que me atacó en la habitación morada.

(continuará)

Daniel F. Ibáñez


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