Las Navas del Marqués a 31 de mayo de 2023 |
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Mi corazón latía de manera acelerada, el sudor se escurría por mi frente y una lágrima se deslizó por la mejilla. El carnicero esbozó una sonrisa siniestra mientras cerraba la tenaza. Un intenso dolor me perforó la cabeza; la sangre comenzó a recorrer mi cara.
Él comenzó a moverse alrededor de la mesa, en la que estaba atado, dando saltitos y riendo con la tenaza en la mano. Canturreaba algo, pero un zumbido impedía entenderle. Me quedé mirando al techo que estaba adornado por unos ganchos que colgaban en el extremo de una larga cadena.
-¡Qué feliz has hecho a Scruby!, deberías llamarle para que te dé las gracias en persona -silbó para llamar a la criatura-. ¡Ven Scruby, tengo un regalo para ti!... ¿Scruby?... ¿Scruby?... -le llamó varias veces, mas no apareció-. Ya vendrá.
Se giró y se puso a afilar unos cuchillos que guardaba en su cinturón. “Es el fin”, pensé. No podía huir de esta pesadilla, y la esperanza hacía tiempo que me había abandonado. Solo restaba esperar. De nuevo miré al techo, los ganchos tenían un movimiento hipnótico.
Oscilaban tímidamente, como si una brisa los moviese. La parte superior del techo estaba tan elevada que ni siquiera se veía el final; las cadenas parecían colgadas en el vacío. De pronto una silueta blanca bajó a toda velocidad por la cadena. Justo antes de llegar al final saltó a otra; repitió esto hasta que alcanzó la que estaba encima del carnicero.
Apoyó su pie en el gancho y se volvió hacia mí; me mandó callar con la mano. Sacó una bobina de hilo del costurero que sujetaba con el brazo y la lanzó hacia una puerta que estaba entreabierta.
¿Quién anda ahí?..., Scruby ¿eres tú? -dejó el cuchillo en una encimera metálica y se fue en busca de la bobina-. ¿Qué hace esto aquí?
La niña, que vestía un traje de comunión blanco, el pelo rubio recogido con un lazo celeste, se dejó caer en la mesa en que me encontraba. Sacó una aguja metálica de hacer punto y forzó la cerradura. El cocinero se giró hacia nosotros y arrojó uno de sus cuchillos; ella lo esquivó fácilmente, a mí me pasó justo por encima del pecho.
Entonces un estruendo hizo retumbar el lugar. La enorme mascota del carnicero acababa de entrar, por lo que parecía ser la puerta del almacén. Se había chocado con una caldera de carbón antiguo; por suerte no estaba encendida; de no ser así se hubiera incendiado la cocina.
Se quedó mirándome; después salió corriendo hacia mí. Bajé de la mesa, pero tropecé. A mi lado había un cuchillo, lo cogí y me recosté sobre la pared. Justo antes de que me fuera a embestir salté hacia un lado; él chocó contra la misma pared y aproveché que estaba aturdido para apuñalarle en el cuello.
La hoja se incrustó en el cuello y le solté. Salí corriendo, pero me dí de bruces contra el carnicero, que llevaba a la niña por el cuello del vestido; parecía estar inconsciente. De pronto la renacuaja esbozó una sonrisa maliciosa y le clavó la aguja bajo la axila. Soltó a la pequeña y se arrastró malherido hacia Scruby, que ya apenas respiraba.
¡Mal...ditos!, mirad lo que habéis hecho -nos gritó entre lágrimas.
Tú te lo has buscado, pero te ofrezco la posibilidad de que estéis juntos para siempre -dijo la pequeña mientras se le acercaba por la espalda.
En serio, ¿puedes hacer eso? -dijo sin volverse.
Tan solo cierra los ojos -no hubo respuesta-. ¿Los has cerrado ya? -él asintió con la cabeza.
Entonces la pequeña apuntó con su aguja hacia la nuca y se la clavó. Su impoluto vestido se manchó de sangre; ahora la bestia y su dueño yacían en el suelo sin vida.
Soy Valery Collins, es un placer conocerte -ladeó su cabeza-. Bienvenido al juego de Dorothy, desde ahora somos compañeros.
¿Juego?, de qué estas hablando. ¡¿Qué ocurre aquí?! -antes de que contestara el sonido de un altavoz nos interrumpió.
Hola mis queridos participantes -dijo la voz de una niña desde algún lado-. Bienvenidos a mi juego, yo soy Dorothy. Ahora que se han formado las parejas podemos empezar. Las reglas son sencillas, no os preocupéis, tan solo debéis eliminar al resto de jugadores. La pareja que elimine al resto podrá salir y recuperar su vida. Os deseo buena suerte... -comenzó a reír-. ¡Ah, sí, se me olvidaba!, tened cuidado, pues la casa está llena de sorpresas; ya sabéis, para haceros..... más divertida vuestra estancia.
Tras un zumbido el altavoz se apagó y reinó el silencio.
(Continuara)