Las Navas del Marqués a 21 de septiembre de 2023 |
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Retrocedí unos pasos y la sombra se separó de la pared, ahora tenía forma tridimensional. De un zarpazo rasgó el tabique. Antes de que yo pudiese reaccionar se abalanzó sobre mí. Sus garras se clavaron dolorosamente en mi brazo, retiró entonces la zarpa; la sangre tiñó el suelo.
Lamió el espeso líquido rojo de sus dedos y volvió a atacarme. Le golpeé en el pecho con el pie y me incorporé; agarré la cafetera y le propiné un fuerte golpe en la cabeza. El recipiente quedó abollado y el café se derramó por el suelo. La aparición cayó inconsciente; aproveché la oportunidad y salí corriendo hacia la salida.
Abrí la puerta y me lancé al oscuro pasillo. Corrí hasta llegar a un callejón sin salida; la figura pronto me alcanzó. Miré en todas direcciones tratando de encontrar una manera de escapar. Tan solo nos separaban unos centímetros, me cogió del cuello y empezó a empujar hacia abajo. Traté de resistirme, le golpeé en el vientre, en la cara, en las piernas, todo esfuerzo era inútil. Caí de rodillas, la falta de oxigeno comenzó a dejarme algo aturdido.
Pensé que todo estaba perdido pero apareció detrás de la sombra otra figura, también con aspecto humano; intenté pedir auxilio, no podía respirar. Aflojó ligeramente la presión en el cuello para observar lo que tenía a sus espaldas. Antes de que pudiese reaccionar, un enorme cuchillo de carnicero le partió en dos; sin embargo no sangró, su cuerpo se deshizo en unas hebras oscuras que se desintegraron en el aire.
Supongo que debo darte las gracias, me has salvado de un buen apuro -dije mientras me levantaba- ¿Cómo te llamas? -no hubo respuesta-. ¿Me oyes? ¿Hola?
Seguía sin haber respuesta. Tomé entonces la linterna de mi bolsillo y apunté con ella en su dirección. Era un hombre corpulento, de considerable altura, vestía un mono de trabajo blanco y un delantal verde; toda su ropa tenía manchas. Llevaba un cinturón de cuero desgastado que ceñía el delantal por debajo de su tripa; varios garfios, cuchillos de diferentes tamaños, entre otros utensilios, colgaban del cinturón.
¿Qué diablos pasa en este lugar? Cada sala era mas extraña que la anterior y las criaturas que aparecían en ellas eran incomprensibles. Si este ser decidía atacarme sería mi fin. Me miró a los ojos, esbozó una sonrisa y agarró una cachiporra de madera de su cinturón; la lanzó sobre mi cabeza de forma contundente; me desplomé sobre el suelo y perdí el conocimiento.
Desperté en una sala iluminada con unos focos empapados de sangre; reflejaban luz de color rojo por algunas partes. Probé a levantarme, pero estaba atado a una camilla de metal maciza y fría; unos grilletes me apretaban las manos y los pies, cortándome casi la circulación. La sala tenía un olor nauseabundo y no sabía de donde provenía.
Examiné de nuevo el lugar, parecía un matadero. Todo el techo estaba lleno de ganchos, similares a los que llevaba aquel hombre; una sensación de agobio comenzó a apoderarse de mí. Entonces una puerta se abrió de golpe; comencé a tirar aun más fuerte de mis ataduras, no dio resultado. No podía huir y aquel hombre voluminoso apareció de nuevo.
¡Vaya, pero si has despertado! Perfecto, ahora podremos ajustar cuentas tú yo -dijo con voz infantil-. Eres mi primer invitado en mucho tiempo. Scruby no suele dejar que la gente llegue tan lejos.
¿Quién eres?, ¿y quién es Scruby?
¡¿Yo?! A nadie le importa quien soy mientras halla comida en el plato de la pequeña Dorothy -hizo una pausa y se quedó pensado durante largo rato-. En fin, eso da igual. Y a Scruby ya lo conoces y le debes un ojo.
¡¿Un ojo?! ¿Acaso te has vuelto loco, si ni siquiera sé quién es?
El hombre comenzó a reírse de forma exagerada. Entonces recordé al jabalí.
¿Scruby?, ¿te refieres a esa horrible bestia que me atacó? -pregunté.
¡¿Cómo te atreves a hablar así de Scruby?! -golpeó la mesa con el puño cerrado-. ¡Se acabó la conversación!
Giró y tomó un utensilio que tenía en una mesilla. Era un objeto extraño; su mango estaba hecho de madera. De él surgían dos brazos de metal en forma de pinza. Apretó con fuerza el mango y las agujas de la pinza se unieron causando un chirriante sonido.
Bueno, le debes un ojo ¿sabes? -se aproximó a mí despacio y agachó su cara hasta ponerla casi pegada a la mía-. Recuerda que hay que saldar las deudas -me aconsejó.
¿De qué estás hablando? -no sabía a que se refería.
Estoy hablando de Scruby, tú le atacaste con una barra y le dejaste tuerto.
De nuevo comenzó a reírse. Tras un rato cambió y se puso serio; entonces abrió los parpados de mi ojo izquierdo y me forzó a mantenerlos abiertos. Intenté revolverme; todo fue inútil, no tenía escapatoria. Colocó aquella extraña tenaza sobre mi cara, y de nuevo rio a carcajadas.
Solo será un momento, te prometo que…, te va a doler. Y muuucho -concluyó entre maquiavélicas risotadas.
(Continuará...)