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CUENTO DE TERROR: El juego de Dorothy
I- Mal despertar

Primera entrega de El juego de Dorothy.

  DANIEL FRAILE  | 25 de diciembre de 2016

Un agudo pitido perforó mi tímpano. Desperté del plácido sueño en que me hallaba. Todo estaba a oscuras y mi cabeza no paraba de dar vueltas, como si acabara de bajar de una montaña rusa. Poco a poco fui calmándome, lo cual me llevó varios minutos.

Me froté los ojos y busqué el interruptor de la lámpara que hay al lado de mi cama; desafortunadamente no di con él, tampoco acerté con la mesilla de noche. Puse los pies en el suelo; las tablas de madera parecían estar levantadas en algunas partes. Definitivamente esta no era mi habitación; ni mi casa.

Avancé a ciegas para encontrar una salida, una ventana o algo que pudiera iluminar el lugar. Al final tropecé con lo que parecía ser un escritorio. Tanteé la superficie hasta que topé con un objeto cilíndrico; lo cogí y lo examiné con la palma de mi mano.

Activé lo que parecía ser un botón, sin embargo no ocurrió nada. De nuevo busqué por el escritorio; abrí un cajón y, al tacto, encontré algo, supuse que serían unas pilas. Las coloqué en el cilindro y pulsé el botón de nuevo; esta vez sí funcionó, una potente luz me deslumbró. Aparté la mirada y dejé la linterna sobre la mesa.

La habitación, ahora iluminada, tenía un aspecto horrible, como si hubiese sido víctima de un fuego, una inundación o vete a saber qué. Sobre la cama reposaba ropa perfectamente doblada y limpia, en contraste con los demás trastos de aquel sitio. El frío helaba los huesos, así que me puse la ropa sobre el pijama y me calcé unas botas que vi bajo el escritorio.

Cogí la linterna y fui directo a la única puerta de la habitación. Agarré el pomo con nerviosismo; algo en la sala me estaba empezando a incomodar. Lo hacía todavía más que el olor a humedad, a herrumbre y al hecho de estar desorientado. Giré el pomo en todas las direcciones, pero no cedió.

Entonces, al otro lado de la puerta, se oyeron unos pasos que se aproximaban rápidamente. Cuando estaban a pocos metros de la puerta identifiqué el sonido de algo que trotaba. Me senté en un rincón de la sala atemorizado y apagué la linterna. La criatura, que se encontraba en el exterior, chocó contra la pared e hizo retumbar toda la sala.

Reprimí un grito tapándome la boca con las manos. De nuevo embistió contra la pared; parte de esta cayó y la puerta se desencajó. Unos colmillos asomaron por una grieta; la tenue luz proyectaba una sombra en el otro extremo de la sala. Un nuevo golpe convirtió la grieta en un socavón.

Tenía un respirar pesado, casi como un ronquido. Se adentró aún más y pude ver a aquella bestia con mejor precisión; tenía el aspecto de un jabalí, sin embargo medía cerca de dos metros. Caminaba a cuatro patas; el pelo era negro y le crecía solo por algunas partes.

Su piel estaba enrojecida y cubierta de unas pústulas amarillas y de una sustancia verde similar al musgo. Se quedó quieto en mitad de la habitación, hasta, que de repente, comenzó a golpear la cama con sus colmillos. La embistió y la zarandeó de un lado a otro y finalmente la destrozó, esparciendo sus restos por todas partes. Una de las barras metálicas del cabecero cayó cerca de mí, la empuñé sigilosamente con ambas manos.

El animal olisqueó el suelo en busca de algo, al final dio media vuelta. Su rostro estaba lleno de cicatrices, la boca y los colmillos tenían restos de sangre; pero lo más terrorífico eran sus ojos de color negro, centelleantes en la oscuridad. Se dirigió hacia la salida... Al fin respiré aliviado. De repente se paró, giró la cabeza y me miró.

(Continuará)


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