Las Navas del Marqués a 29 de marzo de 2023 |
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Repasando entre los numerosos libros y objetos que componen mi pequeño museo particular apareció un ejemplar del Martín Fierro, entre sus páginas aparecieron algunos billetes de cinco y diez pesos argentinos, este ejemplar tiene una historia detrás lo recibí en herencia de mi tío Gregorio. ¿Nunca oyeron hablar de el?, bueno es lógico, sólo fue una persona mas de las que pisó este mundo, solo un desconocido mas que hoy viene a contar una historia que aconteció hace casi cincuenta años.
En mi infancia visitábamos de vez en cuando Anguita el pueblo de mis abuelos paternos.
Ir a de excursión el de fin de semana era todo un acontecimiento, salíamos de casa en el “cuatro cuatro” por la mañana temprano y solíamos parar en el 102, un bar de carretera sito en dicho punto kilométrico. ¡A desayunar! ¡café con leche y un suizo!.
Rara vez era esta la única parada en el camino, solía ser menester hacer un alto en el camino bien para echar agua en el radiador, bien para “soplar” algún chiclé obstruido o bien limpiar los platinos, antes se viajaba de otra manera, antes viajar era una aventura.
Por aquel entones la N-II que unía Madrid con Barcelona dejaba de ser lo que hoy en día entenderíamos por autopista al dejar atrás Guadalajara pasando a convertirse en una carretera ancha. Los pueblos se sucedían por el camino con nombres muy sugerentes tales como Valdenoches, Torija, Trijueque, Jadraque y tantos otros; ya cerca de Torremocha, algunas casas tenían pintadas las distancias kilométricas en sus fachadas, sobre fondo azul con enormes letras blancas podía leerse. “A Zaragoza 195 km”.
Otras casas lucían anuncios de azulejos en la fachada. En algunos un señor a caballo anunciaba “Nitrato de Chile”, otros anunciaban Zotal desinfectante y jabón Zotal, “cura sarpullidos, herpes, granos y manchas en la piel”
Por fín, tras casi dos horas de viaje abandonábamos la carretera de Barcelona para entrar en Alcolea del Pinar. Era el momento de detenerse en una panadería sita en una casa de piedra para la que había que bajar una serie de escalones, pan recién hecho y unas empanadillas de uvas, aunque a decir verdad estas últimas nunca fueron de mi agrado, pero el olor de aquel pan recién hecho jamás lo olvidaré
Ya con el pan en el coche enfilábamos el último tramo del camino, pasábamos Aguilar de Anguita y poco después, a poco de dejar a nuestra derecha la ermita de la Virgen de la Lastra doblábamos para cruzar el rio, justo en ese sitio, aparecía como de la nada un grupo de casas apiñadas sobre un montículo. Anguita se mostraba por fin a la vista; desde la distancia se podía ver una de sus dos iglesias con su reloj en su parte mas alta, las casas de los vecinos y el juego de pelota. A nuestra izquierda se podían ver las huertas, muy verdes, gradas, arados y otros aperos de labranza, a la derecha un palomar, encalado y lleno de curiosos agujeros cuya forma recordaban hornacinas.
Anguita es un pueblo diminuto y muy antiguo, bañado por el rio Tajuña cuya principal actividad económica era la agricultura. Sus vecinos tienen a gala que en su pueblo una vez durmió el Cid camino del destierro; pero si hay algo de lo que presumen de verdad es de que una vez les visitó un sabio, un aragonés natural de Petilla de Aragón al que llamaban Don Santiago y que al parecer le dieron el premio Nobel. En aquel entonces los mas viejos del lugar recordaban el paso de Don Santiago por el pueblo y cada vez que pasaban por delante de la casa del médico, en compañía de algún forastero, detenían su paso y alzando la garrota hacia la casa decían con mucha reverencia “aquí, en la casa del médico se alojó el sabio Ramón y Cajal”.
El tío Gregorio nos esperaba a la entrada del pueblo, con su inseparable boina y su garrota hecha con una rama de bog, estampa del labriego antiguo, siempre que nos veíamos abría los brazos con mucha alegría y nos recibía siempre con un “¡Pero buenoooooo!”.
El tío era hombre de mundo, de mozo se hizo seminarista para poder estudiar, aunque llegado el momento lo abandonó antes de cantar misa, pasó la guerra civil en Alcalá de Henares y terminada esta marchó para la Argentina para trabajar de ebanista, de albañil, de electricista, de lo que hiciera falta, escapando de esta manera de la penuria económica de la posguerra y estuvo fuera unos veinte años.
A su regreso había adquirido un fuerte acento argentino y nos hablaba de algo que llamaba lunfardo utilizando los tangos de Gardel para explicarlo, otra cosa que llamaba la atención es que siempre trataba de usted a los chiquillos.
Si ustedes escuchan el Gira, Gira de Gardel, dice.... “cuando rasgués los tamangos buscando ese mango que te haga morfar." ¿saben ustedes que dice?, dice “cuando rompas los zapatos buscando esa moneda de que de de comer”
Aquella mañana acompañamos a mi tío a su huerto, arrancaría para la comida un repollo y algunos tomates y de paso aprovecharía para regar. Nos prometió que al día siguiente daríamos un paseo por el pueblo, pero aquella tarde hablaríamos de aventuras.
Y así ocurrió, nos narró sus aventuras en lugares lejanos, hablaba de sus aventuras en Buenos Aires y de un accidentado viaje en avión a Comodoro Rivadavia.
Pues sí, una vez viajé en aeroplano, íbamos a Comodoro Rivadavia, era de esos de hélice no como los de reacción de hoy en día. Se hizo de noche por el camino y empezó una tormenta. El avión se agitaba arriba y abajo y se apagaron las luces. Las mujeres chillaban asustadas, al final aterrizamos en el primer campo de aviación que pudimos, el piloto nos dijo que haríamos noche allí y si el tiempo lo permitía continuaríamos el viaje al día siguiente. Por cierto, ¿sabían ustedes que Gardel murió en un accidente de aviación?, ni siquiera despegó, se estrelló en la misma pista. Cuando se desafía al padre eterno pasan estas cosas.
También nos habló de sus vecinos del otro lado del charco.
Pues había allá una niña chica a la que llamaban “la porotita”, allí llaman porotos a los garbanzos, pues bien, un día se presentó con un montón de cachorros. ¿señor Gregorio quiere usted uno?. Como me presente con todos ellos en casa se va a armar la podrida.
A la mañana siguiente salimos a pasear, por el camino bordeábamos un riachuelo que serpenteaba por el camino, sitio que los lugareños daban en llamar los hocines, tal vez por la forma en que el riachuelo semejaba las que tienen las hoces y guadañas y un poco mas abajo aparecía un pequeño estanque del que surgían numerosas acequias, cada una de ellas cerrada con un portillo de acero oxidado.
Al poco de dejar atrás las acequias veíase en precario equilibro la "Peña del obispo", roca inmensa y picuda que amenazaba con caer sobre las cabezas de todo caminante que osara seguir adelante, tal es así que habían apuntalado con piedras la formidable roca. El tío siempre tenía algún comentario sobre las ocurrencias de los vecinos.
¡Ingenuos!, si la piedra dice que se va, se va.....
Ya sorteada la amenaza de la piedra, se aparecía al fondo de un desfiladero tremendo, en lo alto se erguían los restos de una torre de la que sólo quedaba una pared con un agujero en medio, conocida como la torre de la cigüeña, las paredes del desfiladero estaban horadadas por numerosas cuevas; el tío Gregorio nos contó que en aquellas cuevas hizo noche el Cid Campeador y nos recitó de memoria un fragmento del cantar de Mio Cid
Vanse Fenares arriba cuanto que pueden andar, ya trozían las Alcarrias e ivan cabadelant e por las cuevas d’Anquita sus yentes pasando van; passan las aguas e entran por el campo de Toranz, por essas tierras ayuso cuanto que pueden andar entre Fatina e Cetina iva Mio Cid albergar
Ya a la vuelta, una paisana no dejaba de otear el horizonte con sus prismáticos, su principal entretenimiento en las mañanas de los domingos consistía en vigilar a los vecinos que entraban en misa.
Paseaba con mi hermano, el tío y mis padres por una de las estrechas callejuelas del pueblo y me acerqué a una casa de piedra, su puerta era muy rara, era enorme y de madera muy pesada, estaba construida con tablones y se veían las cabezas de unos clavos del tamaño de mi puño y muy herrumbrosos; lo mas curioso que tenía es que la puerta estaba dividida en dos, no de arriba a abajo, como todas las puertas que conocía hasta entonces, si no de lado a lado de forma que se podía abrir la mitad superior y en la parte inferior tenía un agujero redondo para que pudiera entrar y salir el gato.
Todavía era yo muy bajita para alcanzar la mitad superior de la puerta, así que me asomé por el agujero del gato para curiosear, había un intenso olor a heno y otros típicos de las cuadras, que si bien disgustan a las gentes de ciudad, he de decir que estaba tan familiarizada con estos olores que lejos de molestarme formaban parte del paisaje.
De repente una sombra oscura se movió en la oscuridad, dos lucecitas verdes brillaban en la oscuridad, unos ojos me miraban, en esto que de repente, aquel que me miraba, sintiéndose molesto con mi atrevimiento emitió un formidable rugido que me heló la sangre.
¡¡¡¡Grruauuuuuurrggg!!!
¡Ahivá Un león, un león! ¡ahhhhh!,
y salí huyendo a toda prisa con mi hermano del lugar como alma que lleva el diablo.
¿Que os ocurre niños?
Mamá, en esa casa hay un león, ¡me quería comer!
Los rugidos seguían llegando hasta nosotros. Mi madre tenía cierta cara de preocupación, en tanto que mi padre y el tío con la cara un tanto divertida se dirigieron al establo, tal vez a desafiar al león.
Mi madre por su parte llamaba a mi padre Eduardo, ¿que haces?, vuelve, no hagas locuras. ¡vuelve!
A pesar de los requerimientos de mi madre mi padre no pudo resistir la tentación de acercarse a mirar por encima de la puerta al fiero animal que así rugía, a pesar del peligro cierto de ser devorado.
Satisfecha la curiosidad volvió hacia nosotros con una sonrisa de oreja a oreja después de admirar tan formidable animal, si no fuera por un hecho tan grave como que un insensato tenía una fiera estabulada en su casa, diríase que mi padre estaba aguantándose la risa.
¡Eduardo eres peor que los niños!, ¿Y si ese león no hubiera estado bien sujeto?, ¿y si te hubiera atacado?, me quedo viuda y tu muerto como un tonto.
Pero Katy, ¿que iba pasar?, ¿que iba a pasar?.
Venid a ver el león, venid.
Nos hacía el tío señas para que nos acercáramos al establo.
Al llegar de nuevo al establo, el tío esta de cháchara con la dueña del establo y mi padre me alzó por encima de la puerta para que pudiera verlo desde arriba.
Así que quieres ver mi león, me dijo la paisana. ¡Mira que hermoso es!
Pero si es, ¡Si es un cerdo!
Aquellos adultos empezaron a reír con ganas con mis ocurrencias. Este incidente fue recordado durante años, así nació la leyenda del león de Anguita que no era león sino guarro.
Gijón, Agosto 2016
Amaterasu