Las Navas del Marqués a 31 de marzo de 2023 |
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Vamos a hacer una consulta para independizarnos de los nacionalistas, del color de las banderas y de los himnos nacionales. De la muñeira, las sevillanas, el chotis, la jota y la sardana, del Madrid, el Depor, el Atletic, el Barça; también de los registros históricos, fruto de la casualidad o de circunstancias que nada tienen que ver con la identidad. Vamos a independizarnos de nuestro lugar de nacimiento, ese sitio que no pasa de ser el lugar donde vivían nuestros padres o donde por alguna razón se encontraban en ese momento; también de nuestro aspecto físico, producto de los efectos medioambientales o de mutaciones aleatorias en el ADN de nuestros ancestros.
Si se trata de clamar por nuestros orígenes levantemos la bandera del paraíso (cualquiera de ellos), una que refleje barro y huesos, una gota de esperma divina, una mazorca de maíz ensangrentada o la bandera de Xenu, el tirano de la Confederación Galáctica. O quizá las banderas de las primeras bacterias que se formaron en el océano de la Tierra arcaica, o la del primer ser que salió de aquel océano para colonizar la tierra firme o incluso la de las estrellas, parteras, según la ciencia, de la materia que acabó por formar seres bípedos que se dedican a matarse entre ellos. Estos son o pueden ser nuestros orígenes, y en caso de que lo fueran, ¿qué más nos daría? Gente como Más y Rajoy elegirían sin dudarlo cualquiera de ellos para metérnoslo hasta la médula si de encubrir su ambición y su corrupción se tratase.
Parece mentira que en el pedazo de tierra donde se gestó la historia del hombre universal, ese que nació “en algún lugar”, una persona de carne y hueso que se movía por ideales y causas que trascienden toda diferenciación y que conciernen a cada ser de este mundo por igual, tengamos que presenciar este repugnante espectáculo de masas con el que nos castigan a diario. El señor Quijano pasaba hambre y frío, como cada castellano, catalán, vasco o gallego. Igualmente le indignaban las afrentas, pero por lo que significaban, independientemente de quien vinieran, ya fuera noble o plebeyo, del norte o del sur. Y también estaba enamorado hasta el tuétano, pero, a diferencia de nosotros, su amor era inquebrantable, imposible de manipular o tergiversar, porque nada de lo que el quería podía ser ensuciado con poder, dinero, religión, banderas, partidismos... Amaba a una mujer que podía ser cualquiera de las mujeres o todas ellas y a una tierra que podía ser cualquiera de las tierras: aquella que pisaba.
Por todo esto quiero la independencia, la de las personas, no la de las fronteras, y propongo que se haga una consulta a los ibéricos que no pueden pagar ni siquiera por sus derechos fundamentales. A aquellos a quienes monopolios energéticos privados, criminales y corruptos, envían facturas abusivas e intolerables, a quienes los gangsters bancarios mandan la policía para echarles a patadas de sus casas y aún así les obligan a seguir pagándolas, a quienes se rompen el espinazo trabajando o la cabeza pensando como encontrar trabajo mientras esos cabrones encorbatados se lo llevan crudo en sobres y maletines, a quienes un sistema absurdo, cruel e injusto dominado por seudo-políticos, arribistas, oportunistas y mafiosos castiga sin piedad a diario. A aquellos que nos aplastan no les importa ni afecta nuestra identidad, raza o religión; por eso cabe preguntarse cómo puede ser que sean precisamente esas tres cosas las únicas por las que nos solemos unir para luchar. ¡Independencia! Independencia de tanta ceguera, fanatismo, corrupción y mediocridad.