Las Navas del Marqués a 31 de marzo de 2023 |
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Con la curiosidad y la ignorancia del profano, leemos Cosmos, obra que se adentra en todos los aspectos del conocimiento científico escrita hace más de treinta años por Carl Sagan, uno de los astrofísicos más reconocidos del siglo XX. Por aquel entonces Cosmos se convirtió en un documental presentado por el mismo Sagan que recientemente ha sido actualizado en otra serie con el mismo nombre. No me puedo imaginar lo que habrá avanzado la ciencia desde que se escribiera el libro, pero ya en cada una de sus páginas uno se encuentra más alucinado que en la anterior.
A parte de los muchos aspectos importantes del conocimiento que se explican de forma amena y cercana en el libro, evitando abusar de la jerga científica, una de su ideas centrales (sin duda la que más impresiona a un novato en el tema como yo) es la dimensión del universo conocido y la consecuente inmensa pequeñez de nuestro planeta. Billones de estrellas, probablemente muchas de ellas con su propio sistema planetario, componen nuestra galaxia, la Vía Lactea, y a las afueras de ésta otras tantas galaxias…y más allá, ¿quién puede saberlo?
Partiendo de esta base lógica el autor se adentra en la historia del conocimiento humano y la analiza aportando argumentos más que interesantes. Desde el albor de nuestra especie el ser humano siempre ha mirado al cielo. Ha usado las estrellas y los planetas como consuelo en las oscuras noches sin fuego, también como mapa, como calendario, como espejo del pasado y del futuro y anunciante de cataclismos y plagas. Pero ante la incapacidad para desentrañar sus secretos ha tendido a mitificar el firmamento dando nombres de cosas, animales o entidades mitológicas familiares a conjuntos arbitrarios de estrellas, a convertirlo en hogar de dioses todopoderosos o a someterlo, incluyendo al sol, a la servidumbre hacia planeta tierra (y por ende hacia los humanos), durante mucho tiempo considerado el centro del universo.
En está dinámica, originada por una ceguera que hoy los telescopios y las sondas espaciales han roto en mil pedazos, el ser humano ha caminado entre sangre, sudor y lágrimas dando a las cosas el nombre que podía o quería, y en muchas ocasiones matando por ese nombre y aplastando sistemáticamente todo conato de cambiarlo. Un lento camino de ignorancia en el que las mentes más lúcidas y visionarias no siempre han encontrado interés o gratitud. Con una arrogancia injustificada nos hemos creído demasiado grandes, demasiado poderosos, fundamentales en el universo, y al final no solo hemos provocado toda clase de genocidios y miserias entre los de nuestra misma especie, si no que estamos en el camino de destruir el único hogar que conocimos, conocemos y conoceremos por mucho tiempo: la Tierra.
Y así el autor nos intenta adentrar en la infinita soberbia de los hombres haciéndonos ver la tierra desde un lugar muy lejano, mucho más allá del sistema solar, donde el planeta es solo una gota de agua en medio del océano, para contemplar desde allí a reyes y emperadores, políticos corruptos y dictadores, guerras, matanzas, hambre, miseria, contaminación, desigualdad, sistemas económicos destructivos, banderas y fronteras, sangre, sangre y más sangre, la destrucción de nuestro planeta por mezquinos intereses, etc…a una misma especie recorriendo absurdos y siniestros caminos de odio e ignorancia, tan ciega que no solo no es consciente de ser tan solo parte y no dominadora de un ciclo llamado naturaleza, si no que es incluso capaz de acabar con la fuente de su propia existencia y a sus iguales dentro de ella.
Me imagino a un alienígena contemplando con lo que nosotros denominaríamos una mezcla de sorna, lástima y desdén las sonrisas seguras y prepotentes de políticos, financieros y magnates. Seguramente pensaría (a no ser que fuera tan necio como nosotros)… ¡pero qué cojones se habrán creído éstos! No quiero imaginarme lo que pensaría si nos observase obcecados en autodestruirnos…tal vez lo mismo que pienso yo tras leer Cosmos. Si no lo habéis leído, no dejéis de hacerlo.