Las Navas del Marqués a 31 de marzo de 2023 |
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Somos gente, gentiles, siervos del día a día, de las noches en vela removiendo el lento guiso de los problemas, del insuficiente sueño de la madrugada que desemboca en un confuso despertar. ¿Despertamos? Si, despertamos a un sueño aun más profundo; a una macabra fantasía que se despereza empujando sin piedad nuestros pies de camino al trabajo o pariendo miradas perdidas que se pierden por la ventana de casa en busca de uno.
En todo momento, cuando nos obligamos a creer que estamos despiertos y que somos dueños de nuestro destino, los instantes se suceden delante de nosotros como fotogramas de un sueño profundo. Pero con una diferencia: no es nuestra mente quien los fabrica, si no un sistema ajeno a nosotros que reproduce su propio día a día y nos encaja dentro de él; exactamente lo mismo que hace nuestro cerebro cuando soñamos.
En este sueño de párpados abiertos, el trabajo, tan necesario y natural como el mismo alimento, termina por convertirse en esclavitud. Del mismo modo que ocurre en los sueños, en las pesadillas, eventos contradictorios, sin relación lógica entre ellos, se suceden o se mezclan formando un absurdo todo. Así no nos dejamos lo mejor de nuestras vidas en satisfacer nuestras verdaderas necesidades o colaborar con el bien común, si no las de la maquinaria del mercado y sus mezquinos intereses.
Somos máquinas productivas, máquinas desechables, de las que no se espera integridad si no “empleabilidad”. Nuestro salario no es más que una parte del plan: combustible para seguir alimentando el destructivo ciclo consumista. Por un lado volvemos a meter el dinero en los bolsillos de quién nos lo entregó, por el otro se nos crea una adicción al consumo (o al estatus que se nos promete a través del consumo) que nos conduce a la deuda eterna con el sistema financiero, el mayor y más poderoso camello del mundo.
Y el sueño sigue su curso. En un momento dado millones de parados, pero ese macabro cerebro que nos sumerge en la pesadilla sabe aprovecharse hasta de las amenazas y se saca de la manga una cuenta que nunca falla: a más gente desesperada mayor oportunidad de brutalizar su explotación. Pero, ¿Por qué no habrían de revolucionarse los gentiles en vez de someterse aun más?
El día pasa y, en ocasiones, antes de dormir, de dormir aun más profundamente, tenemos un pequeño momento de lucidez en el que rozamos el despertar. A veces, en este instante, sentimos el impulso de mandarlo todo a la mierda. Por un momento somos libres, o nos colocamos sin darnos cuenta en la senda de la libertad, pero los ojos terminan por cerrarse agotados de tanto soñar el sueño que se nos impone o, lo que es peor, no sumergimos aun más en él con la mirada perdida en los demonios que pueblan el techo.
Antes de esto, nos ha atravesado el día con la sensación de que nunca pasó. Una cadena de rituales que finalmente acaba por disolverse en frente del iphone o del televisor, cordones umbilicales que nos mantienen conectados al sueño. Nuestra ira, la íntima y certera conciencia de que nos están jodiendo y último reducto de nuestra libertad, será filtrada a través de una pantalla táctil o una de plasma. Al final se quedará en un mensaje resignado y pesimista en facebook o en twiter, o se evaporará al calor de un programa basura o un partido de fútbol.
Y así los días y las noches se convierten en una cadena de montaje en la que los gentiles, tú, yo y aquel, contemplamos nuestra existencia subidos en una cinta transportadora que de vez en cuando nos introduce en máquinas que nos moldean o exprimen sin que ni siquiera nos percatemos de ello. Si, movemos nuestros pies, pero no son ellos los que conducen nuestros pasos, pasos que nos conducen irremediablemente a un destino en cuyo apeadero sólo importará una cosa: los caminos que hayamos abierto con nuestra propia conciencia.
Tras veinticuatro horas de sueño a diferentes niveles ya solo nos queda sometimiento corriendo por nuestras venas, impulsado por corazones viciados de miedo. Si, de miedo, porque el poder de las pesadillas reside en el miedo y la manipulación de la realidad a través de éste. Los campeones de este horror son los “ganadores”, los que han construido los castillos de naipes más altos y con más probabilidades de derrumbarse. Si eres un “perdedor” derrumba tú mismo tu casa de naipes en vez de querer aumentarla. Derrúmbala y construye una de piedra, pequeña pero sólida, una que te de exactamente lo que necesitas para despertar y ser tú mismo, ni más ni menos.