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MÍTINES
A golpe de papeleta
  Mariano Moral  | 18 de mayo de 2014

En un hipotético mundo donde nuestras conciencias no estuviesen atrofiadas, donde las personas reaccionásemos con firmeza ante todo aquel que pretendiese convertir nuestros seres en desechables máquinas productivas, donde la sociedad no fuese una jauría de hermanos matándose entre si por un puesto en el altar del beneficio, donde, en definitiva, no tuvieran cabida esos buitres que sólo quieren ganar a cualquier precio la miserable batalla por el poder y la ambición, esta frase—A golpe de papeleta— podría incluso ser una estrofa de un poema revolucionario.

Pero ese mundo hoy por hoy no existe, y por eso la frase en cuestión se queda en eso que los ingleses definen acertadamente como bullshit. Mierda, pura mierda, ya sea de toro o, como en este caso, hasta de elefante. La dijo Arias Cañete, sin que su bronceada tez mostrara la más mínima señal de rubor, pero ¿quién duda de que la podría haber dicho cualquier otro político y hubiera sonado exactamente igual? Si, parece ser que el ciudadano de a pié no puede golpear con otra cosa que no sea un trozo de papel, a ser posible con el nombre del partido del interesado en cuestión escrito en él.

¿No nos cansamos de que nos traten continuamente como si fuésemos idiotas? ¿Es que nuestra paciencia, o nuestro miedo, o nuestra indiferencia no tienen un límite? Si reaccionamos inmediatamente ante alguien que nos insulta por la calle o en el bar, ¿por qué no reaccionamos ante estos canallas que solo abren sus sucias bocas para insultarnos una y otra vez? Tal vez tenemos miedo de perder lo que no tenemos, esta es la gran paradoja de este mundo, miedo a salir de una ficción que nos parece dulce y beneficiosa aun cuando solo la sustentan los pilares de la esclavitud, la deuda y la autodestrucción.

Miedo de reconocer la miseria que se esconde tras nuestra sumisión, tras los aplausos a discursos bullshit en los mítines, tras nuestra indiferencia ante el poder o nuestro absurdo intento de acercarnos a él para sacar algo de tajada, como marionetas que, incluso creyendo ser más listas que nadie, son incapaces de descubrir los hilos que mueven su existencia y que, en última instancia, llevan sus brazos hasta la urna para depositar la papeleta.

Somos incluso capaces de celebrar la victoria de quienes tienen por costumbre comernos vivos, y lo peor de todo es que lo hacemos porque todavía esperamos sacar algo de ellos, ya sea buenas acciones sociales o algún favor que otro. En ambos casos nuestra ceguera es escalofriante, poco puede esperar el reo del verdugo, a no ser una soga alrededor del cuello. Nos ahoga tanta mediocridad: les regalamos a los representantes políticos lo más preciado que tenemos, nuestra libertad y nuestra voluntad para ejercerla, a cambio de limosnas, y estos van corriendo a vendernos por una fortuna al mejor postor, de esos con sede en La Castellana o en el Paseo de Gracia.

Somos mayoría los que antiguamente se llamaban parias y que hoy, a pesar de vivir en la ilusión de lo contrario, somos más parias que nunca. Somos muchos más los que nos hemos doblegado ante los muchos menos, que son los de siempre, esos a quienes nunca les importó tener el poder bajo una monarquía, una dictadura o una democracia, dar discursos bajo palio, desde el balcón de un palacio o subidos en el estrado de un mitin electoral. Esos para los que un público aplaudiendo es lo mismo que un público balando, y en este punto tal vez tengan razón.


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