Las Navas del Marqués a 31 de marzo de 2023 |
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El sistema judicial, eso que algunos llaman por error Justicia, propicia que en este país haya muchos Señores de Cortijo paseándose sobre una alfombra de espaldas ciudadanas con el pecho hinchado y la cabeza alta. Casi todo les está permitido porque de casi todo salen absueltos o indultados, lo que provoca que donde antes (de la imputación a la que todos llegan tarde o temprano) ejercían con cierto disimulo y nocturnidad las actividades propias de su clase, ahora, avalados y envalentonados por el sistema, se vean en condiciones de llevarlas a cabo sin tapujos ni escondederos.
Nadie es culpable porque en las esferas del poder la culpa no existe, tan solo es un mito que sirve para ganar elecciones y reforzar la ficción democrática. Los procesos judiciales contra la casta no son más que un show que se desarrolla con apariencia de honestidad e integridad solo hasta el momento en el que se considera que la sociedad ha llegado a creer ingenuamente en su veracidad y validez; en ese preciso instante (siempre antes del veredicto) la pantalla se queda en negro para que no podamos ver la verdadera realidad, el infame final.
Pero antes de que nos demos cuenta la imagen vuelve de nuevo a la pantalla y lo que nos encontramos es un Señor de Cortijo cualquiera (el mismo que antes aparecía serio y preocupado frente al juez) recorriendo sus tierras crecido y altanero sin perder ni una sola oportunidad de mostrar a unos y rebozar a otros su flamante carné de inocencia. Pero no es la inocencia lo que más le importa, por el mismo motivo que a una mofeta no la importa su propio olor, si no que dicha inocencia es la mejor credencial para ratificarse “legalmente” ante sus seguidores, acólitos o compañeros de parranda y aplastar sin compasión a sus detractores, achacando cínicamente a éstos la culpabilidad de la que él fue absuelto.
La verdad por lo general es bastante jodida, y en este caso la verdad es que a un ciudadano que acepta este sistema corrupto y maloliente se ve igualmente forzado a aceptar las decisiones de sus órganos judiciales, así como los resultados electorales y las arbitrarias decisiones de aquellos a los que se les ha otorgado el poder. Tanto en cuanto queramos parecer civilizados, es decir, ilusos convencidos de que este sistema es democrático, nuestro civismo prefabricado nos mantendrá encadenados a tópicos tales como “Las urnas han hablado” o “Si el juez lo dice” y nunca reaccionaremos ante lo que no son más que pantomimas para ocultar la extrema suciedad de la alta sociedad de los Señores de Cortijo.
Hay otros trozos de verdad no menos oscuros. Por ejemplo la que atañe a esos jueces que intentan ejercer su profesión con la máxima integridad posible y son aplastados por el poder señorial. También la de esos políticos que lo que desean es cambiar las cosas y no hacer carrera, fama y dividendos dentro de su partido o sindicato y son apartados del juego por su propia gente. Y no olvidemos esa verdad incómoda sobre la que las autoridades levantan una cortina de humo: que los que mandan no se presentan a las elecciones, les basta con una silla en el banco nacional y unas cuantas sucursales en La Castellana o en el Paseo de Gracia.
En estas circunstancias pasan los años y lo que un día fue el precioso bosque de la Justicia, del que ya no queda más que un siniestro descampado lleno de tocones podridos, se cubre con la maleza del olvido. Pero lo más triste es que éste no es un olvido accidental, tampoco la pérdida de memoria propia de la vejez y los siglos, si no un olvido consciente que nace de la indiferencia y la complicidad, y que al final ratifica la injusticia y perpetua en su trono a todos los Señores de Cortijo que hoy como ayer se pasean sobre una alfombra de espaldas ciudadanas con el pecho hinchado y la cabeza alta.