Las Navas del Marqués a 29 de marzo de 2023 |
34 visitas ahora |
Tweet |
Mientras le miraba no podía evitar pensar que si quedara alguien con un par de huevos, tal ser no dudaría en estrangular al individuo que tenía delante. Luego me sentí escandalizado por haber tenido tal pensamiento. Claro, me habían programado para ser civilizado, y un ser civilizado, quiero decir un ser civilizado de los de mi clase social, no puede pensar tales cosas ni siquiera de quien tiene por norma aplastarle. Pero siempre queda un poco de ese minúsculo ser ácrata que sale del vientre de la mujer, siempre, por mucho que hayan intentado finiquitarlo desde que uno fuera un crío.
Rectifiqué mi sentimiento de culpabilidad y casi me dieron ganas de estrangularle con mis propias manos. En definitiva esto es un relato, ¿por qué no voy a poder hacer lo que me de la gana dentro de mi propio relato? Borrar de un plumazo la autoridad, si, su autoridad, la de este monstruo de mirada fría y despiadada que huele a sangre seca de siglos. Ahora que le tengo delante me doy cuenta de que siempre ha estado ahí, fingiendo arrancarme de las garras del caos, fingiendo protegerme, fingiendo gobernar compasivamente mi ignorancia, fingiendo prepararme para una vida predestinada, inevitable, cruel. Cada lección aprendida de memoria, cada palmada en la espalda, cada palabra de reprimenda o corrección, cada ley o mandato, ¿no eran acaso nuevos eslabones que añadía a la cadena, a mi propia cadena?
Ya no quería estrangularle, no podía: “Por un ideal se puede morir, pero nunca matar”. De pronto perdió la masa y el volumen, pero sus ojos seguían ahí. Y a través de ellos no veía a un ser humano, ni a dos, ni a toda la humanidad. No iba a conseguir nada saltando sobre su cuello para estrangularle sin compasión. Me levanté y me largué sin mediar palabra creyendo que eso bastaría para humillarle, para hacerle ver que no sería su siervo nunca más. Cometí con él exactamente el mismo error que ahora estoy cometiendo con mi relato: yo no soy más que un esclavo de ambos, al menos por ahora; y resulta demasiado pretencioso e ingenuo el hecho de intentar dominar o reducir a la primera de cambio a algo que siempre ha sido mucho más poderoso que yo.
Volví sobre mis pasos y de nuevo me senté frente a él, del mismo modo que ahora seguiré escribiendo hasta que llegue la primera palabra que realmente signifique una batalla ganada, la primera señal que indique que yo estoy escribiendo este relato y no viceversa. Cosa difícil, si, tan difícil como arrancar el miedo que me infundía automáticamente la autoridad que me miraba y sonreía con tanta arrogancia y superioridad. ¿Qué hacer? “No nos asustan las ruinas porque llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones”. El orden, todos amamos el orden, en concreto el orden establecido, porque creemos que nos exime de implicarnos en el gobierno de nuestras vidas y nos deja mucho tiempo libre para amasar cosas tan inútiles como venenosas y adictivas. También para ejecutar mecánicamente nuestro cometido, y solo nuestro cometido, hasta el día que nos muramos.
Me seguía mirando sin mediar palabra, y yo a él. Todo empezó a cambiar cuando cerré los ojos y me di cuenta de que le seguía viendo. No estaba fuera, si no dentro. Yo fui programado para reproducir por mi mismo el miedo que ellos querían que sintiera. Pura sofisticación. Nunca hubiera podido matarle ni huir de él, porque era yo mismo quien le estaba proyectando, o quien proyectaba la ilusión de un ser implacable y despiadado y todopoderoso donde solo había…Me eché a reír y entonces su gesto cambió por completo. Yo soy el que escribe, yo soy el que decide donde va el punto y donde la coma, yo el dueño de lo que emana de mi mismo. Nada de lo aprendido de memoria me sirve ya, vuelvo a ser un ácrata, ahora es él quién se levanta y se va, y yo quién pone a este relato punto y final.