Las Navas del Marqués a 29 de marzo de 2023 |
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Ninguno de nosotros conocía a Julio Miralles hasta el día de hoy, sin embargo muchos conocen demasiado bien la situación en la que se encontraba. Miguel Blesa o Rodrigo Rato tampoco le conocían, pero sin duda, aunque por motivos muy diferentes al resto de los mortales, también conocían a la perfección su situación. A nadie se le puede desear el trágico final de Julio Miralles, pero no sé, no puedo asegurar, que en ocasiones no desee para personas como Blesa o Rato la suerte que corrió el tipo de Bankia que colocó 400.000 Euros en preferentes al padre y a la abuela de Julio Miralles.
Hace tiempo escribí un artículo indagando en si el uso de la violencia es legítimo en determinadas ocasiones. Concluía que, hoy por hoy y a diferencia de tiempos pasados, los ciudadanos tenemos medios suficientes para cambiar la terrible situación en la que nos encontramos sin necesidad de recurrir a la violencia, por tanto su uso carece de legitimidad en nuestros días. Honestamente, mientras escribo estas líneas empiezo a tener serias dudas al respecto. Tal vez se escandalicen al oír esto y me tachen de inconsciente e ignorante, puede ser; pero lo cierto es que ahora mismo es lo que pienso y decirles lo contrario solo para parecer “civilizado” sería mentirles a ustedes y mentirme a mi mismo.
Los criminales que han provocado este drama social y son sus primeros y principales responsables no nos tienen respeto, lo cual está más que patente, pero el verdadero problema es que no nos temen lo más mínimo. En los últimos años una gigantesca ola de movilizaciones ha recorrido España promovida por organizaciones sociales y profesionales de todo tipo. La actitud y la ética democrática de estas protestas han sido intachables, sin recurrir a ningún tipo de violencia y utilizando siempre los cauces establecidos. Se tenía la esperanza de poder cambiar las cosas sin fomentar el odio e intentando unir a ciudadanos de todo tipo en una causa común usando argumentos realistas basados en el sentido común y no en el partidismo o ideologías concretas.
Ya solo faltaba que los políticos estuvieran a la altura de los ciudadanos y reaccionaran tal y como se espera en un sistema democrático. Pero esto no solo no ha sucedido, si no que han reaccionado a la inversa, es decir, oprimiendo, manipulando, mintiendo, ignorando, robando y, sobre todo, dictando a favor de los intereses elitistas. La apestosa camarilla empresarial-financiera-política ha cerrado filas para cubrir su corrupción, aumentar su poder absoluto y, de paso, sus dividendos. Pero lo más terrible es que lo han hecho abiertamente, riéndose de todos nosotros en nuestra misma cara, rezumando impunidad en cada uno de sus gestos, indiferentes ante los más claros y aberrantes casos de corrupción. La opinión pública ya no les importa, y no les importa porque no nos tienen miedo.
Y lo cierto es que por ahora no han tenido casi ningún motivo para asustarse. Se pasan por el forro cualquier tipo de manifestación o iniciativa ciudadana porque saben que mientras la ciudadanía siga esta vía no tienen nada que temer, tan solo han de esperar tranquilos a que la losa del tiempo termine cubriendo la ignominia. Mientras tanto buscan un par de cabezas de turco para que la ciudadanía se entretenga despedazándoles, pero la cúpula de la corrupción sigue intacta y aparentemente inamovible. De nuevo la historia se repite, una mayoría más atrapada y contaminada que nunca por las trampas del sistema está postrada ante la minoría de siempre…y esto ocurre en democracia, o en lo que llaman hábilmente democracia.
No nos temen, no les damos miedo, y lo cierto es que las vías ciudadanas pacíficas han sido tan asquerosamente pisoteadas por esta gentuza que, tal día como hoy, y pidiéndoles disculpas por anticipado, no puedo dejar de desear una ciudadanía que, hablando en castizo, ponga a esta camarilla los huevos de corbata. No estoy de acuerdo con el uso de la violencia, creo que hoy por hoy nadie que vea a diario el noticiero puede estarlo, pero me pregunto, hoy me pregunto, empujado más por la impotencia que por el odio, si este será el único lenguaje que estén dispuestos a entender los que han creado la situación que está destruyendo muchas familias y, en última instancia, llevándose la vida de gente como Julio Miralles.
Tal vez ustedes me puedan dar una respuesta, o tal vez un argumento que me haga volver a creer antes de que acabe el día, o el año, que pase lo que pase hay que descartar la violencia y en todo caso luchar democráticamente contra los que quieren destruir la democracia. Lo que está claro es que hoy la inmensa mayoría somos Julio Miralles, y lo somos literalmente hablando, como individuos y como sociedad. No hay límites entre él, y tantos que desgraciadamente han corrido su misma suerte, y nosotros. Pero, cuando se tensa tanto la cuerda, ¿hay un límite para la violencia?