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El límite de la violencia
  Mariano Moral  | 29 de diciembre de 2013

Ninguno de nosotros conocía a Julio Miralles hasta el día de hoy, sin embargo muchos conocen demasiado bien la situación en la que se encontraba. Miguel Blesa o Rodrigo Rato tampoco le conocían, pero sin duda, aunque por motivos muy diferentes al resto de los mortales, también conocían a la perfección su situación. A nadie se le puede desear el trágico final de Julio Miralles, pero no sé, no puedo asegurar, que en ocasiones no desee para personas como Blesa o Rato la suerte que corrió el tipo de Bankia que colocó 400.000 Euros en preferentes al padre y a la abuela de Julio Miralles.

Hace tiempo escribí un artículo indagando en si el uso de la violencia es legítimo en determinadas ocasiones. Concluía que, hoy por hoy y a diferencia de tiempos pasados, los ciudadanos tenemos medios suficientes para cambiar la terrible situación en la que nos encontramos sin necesidad de recurrir a la violencia, por tanto su uso carece de legitimidad en nuestros días. Honestamente, mientras escribo estas líneas empiezo a tener serias dudas al respecto. Tal vez se escandalicen al oír esto y me tachen de inconsciente e ignorante, puede ser; pero lo cierto es que ahora mismo es lo que pienso y decirles lo contrario solo para parecer “civilizado” sería mentirles a ustedes y mentirme a mi mismo.

Los criminales que han provocado este drama social y son sus primeros y principales responsables no nos tienen respeto, lo cual está más que patente, pero el verdadero problema es que no nos temen lo más mínimo. En los últimos años una gigantesca ola de movilizaciones ha recorrido España promovida por organizaciones sociales y profesionales de todo tipo. La actitud y la ética democrática de estas protestas han sido intachables, sin recurrir a ningún tipo de violencia y utilizando siempre los cauces establecidos. Se tenía la esperanza de poder cambiar las cosas sin fomentar el odio e intentando unir a ciudadanos de todo tipo en una causa común usando argumentos realistas basados en el sentido común y no en el partidismo o ideologías concretas.

Ya solo faltaba que los políticos estuvieran a la altura de los ciudadanos y reaccionaran tal y como se espera en un sistema democrático. Pero esto no solo no ha sucedido, si no que han reaccionado a la inversa, es decir, oprimiendo, manipulando, mintiendo, ignorando, robando y, sobre todo, dictando a favor de los intereses elitistas. La apestosa camarilla empresarial-financiera-política ha cerrado filas para cubrir su corrupción, aumentar su poder absoluto y, de paso, sus dividendos. Pero lo más terrible es que lo han hecho abiertamente, riéndose de todos nosotros en nuestra misma cara, rezumando impunidad en cada uno de sus gestos, indiferentes ante los más claros y aberrantes casos de corrupción. La opinión pública ya no les importa, y no les importa porque no nos tienen miedo.

Y lo cierto es que por ahora no han tenido casi ningún motivo para asustarse. Se pasan por el forro cualquier tipo de manifestación o iniciativa ciudadana porque saben que mientras la ciudadanía siga esta vía no tienen nada que temer, tan solo han de esperar tranquilos a que la losa del tiempo termine cubriendo la ignominia. Mientras tanto buscan un par de cabezas de turco para que la ciudadanía se entretenga despedazándoles, pero la cúpula de la corrupción sigue intacta y aparentemente inamovible. De nuevo la historia se repite, una mayoría más atrapada y contaminada que nunca por las trampas del sistema está postrada ante la minoría de siempre…y esto ocurre en democracia, o en lo que llaman hábilmente democracia.

No nos temen, no les damos miedo, y lo cierto es que las vías ciudadanas pacíficas han sido tan asquerosamente pisoteadas por esta gentuza que, tal día como hoy, y pidiéndoles disculpas por anticipado, no puedo dejar de desear una ciudadanía que, hablando en castizo, ponga a esta camarilla los huevos de corbata. No estoy de acuerdo con el uso de la violencia, creo que hoy por hoy nadie que vea a diario el noticiero puede estarlo, pero me pregunto, hoy me pregunto, empujado más por la impotencia que por el odio, si este será el único lenguaje que estén dispuestos a entender los que han creado la situación que está destruyendo muchas familias y, en última instancia, llevándose la vida de gente como Julio Miralles.

Tal vez ustedes me puedan dar una respuesta, o tal vez un argumento que me haga volver a creer antes de que acabe el día, o el año, que pase lo que pase hay que descartar la violencia y en todo caso luchar democráticamente contra los que quieren destruir la democracia. Lo que está claro es que hoy la inmensa mayoría somos Julio Miralles, y lo somos literalmente hablando, como individuos y como sociedad. No hay límites entre él, y tantos que desgraciadamente han corrido su misma suerte, y nosotros. Pero, cuando se tensa tanto la cuerda, ¿hay un límite para la violencia?


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 3 comentarios
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     El límite de la violencia  30 de diciembre de 2013 18:11, por Mariano Moral

    A raíz de la huelga de hambre de Jorge Arzuaga (más seis personas que se le unieron) en la Puerta del Sol, pensé en un relato en el cual toda la población española (alrededor de 60 millones) se le unía. La camarilla que ostenta el poder no cedía a las reivindicaciones y poco a poco la población iba muriendo de hambre sin que nada cambiase, aunque al final, este fue el primero que me vino a la mente, los huelguistas salían victoriosos. No tardé en darme cuenta que este escenario era sencillamente imposible y pensé en otro final. Toda la población moría de hambre y luego la élite se repartía el desierto país como si de un cortijo se tratase. Finalmente traían mano de obra esclava de países del tercer mundo y convertían España en una gigantesca fábrica privada que manejaban a su antojo.

    En el relato quedaban patentes varias cosas. Primero, que los que ostentan el poder (y no hablo del poder político) preferirían un país sin paisanos antes que tener que subyugarse a la mayoría. Segundo, que el verdadero poder es el económico y que mientras la política esté rendida a él en términos globales la democracia es poco más que una historia de Griegos. Tercero, que la protesta pacífica y la resistencia pasiva es algo que termina siendo ineficaz ante poderes que nunca van a rendirse y que, si es necesario, van a poner en marcha cualquier mecanismo de reacción para proteger sus intereses.

    Muchos de estos mecanismos ya funcionan violentamente, Juanjo ha descrito algunos, y son inmunes a cualquier acción que no sea igualmente violenta. Y hay una serie de acciones violentas que están dentro de las posibilidades de cualquier ciudadano: desobediencia, boikot, presión. Negarse a pagar impuestos, vaciar los bancos, huelga masiva, dejar de consumir artículos de las todopoderosas multinacionales, disidencia masiva en la elecciones. Estas son formas de violencia que, de ser llevadas a cabo masivamente, harían tambalearse a la élite. Digo tambalearse, que no caerse. Hay demasiadas cuentas en Suiza y demás paraísos fiscales, muchas multinacionales con infinitos recursos, poderosas sociedades “secretas” decididas eternizar su propio orden mundial, familias multimillonarias y todopoderosas que extienden sus tentáculos hasta el último rincón de nuestra sociedad. Y sobretodo millones de personas dependientes del consumismo (casi hechizadas por él), que es el cepo que nos mantiene quietos. No se trata solamente de obligar a dimitir a un presidente en concreto si no a un basto sistema de control, manipulación y poder.

    Pero nosotros seguimos siendo mayoría y, aunque en cierto modo contaminados constantemente por toda la basura que tiran en nuestro salón, tenemos posibilidades de dar la vuelta a esta situación antes de que sea demasiado tarde y nos veamos arrastrados a la más violenta de las violencias. Por ahora, y desgraciadamente, llevamos ese camino. Aguantamos y aguantamos hasta que un día la olla estalle de mala manera. Desobediencia, boicot, presión, disidencia, estas son las formas de violencia que ahora tenemos que interiorizar y practicar. Y no debemos irnos muy lejos para hacerlo, es lo mismo de siempre, cada uno ha de pelear en su entorno.

  •  El límite de la violencia  30 de diciembre de 2013 00:04, por Juanjo

    Ante semejante pregunta, yo me hago otra, Mariano.
    ¿Qué es la violencia? Hay varias:
    - La violencia del que está harto y acude con una pancarta, viste vaqueros gastados, camiseta e insulta.Puede ser sólo una de las posibles definiciones, la menos invasiva. A lo más que llegan, que tampoco lo justifico, es a cortar una carretera, a quemar algunos contenedores o a llenar de pintadas alguna pared que les sirva para preservar unos días más su protesta y su cabreo.
    - La violencia generada por los grandes lobbys energéticos. En este tipo los que la promueven visten Armani y Prada. Aprietan la soga sobre el cuello de millones de personas en forma de recibos mensuales que no podemos dejar de pagar si no queremos quedarnos sin agua, gas o luz.

    - La violencia producida por La Casta política. Aquí los actores visten como sus congéneres anteriores, de buenos trajes -los mismos, puesto que la puerta giratoria del sistema electoral funciona sincronizada se ocupará de alternar de político a consejero,de consejero a político-. Con sus decisiones bajan pensiones y sueldos, rescatan bancos con nuestros esfuerzos, indultan delincuentes de guante blanco y se suben sistemáticamente los sueldos. Recortan la educación, privatizan la sanidad y blindan los aforados.

    ¿A qué violencia te referías? ¿A la primera, que además sirve de válvula de escape, como la olla a presión que va perdiendo el vapor poco a poco para evitar que estalle? En esa primera la mayoría nos conformamos con asistir a la manifestación para, al día siguiente, seguir pagando el impuesto revolucionario de la subida de la luz, los impuestos de la gasolina o la tasa universitaria con resignación. Es nuestra única salida, la del cabreo

    Las otras son las que provocan los desahucios, los suicidios, los problemas psicológicos y el hambre.

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     El límite de la violencia  29 de diciembre de 2013 22:40, por Que mas da

    Amigo Led, me he permitido como complemento poner la noticia. Saludos. Que mas da

    Hallan muerto en su celda al policía local que apuñaló a un exdirector de Bankia

    El policía local que acuchilló a un exdirector de Bankia tras perder su familia todos sus ahorros en las preferentes, Julio Miralles Tatay, de 39 años, se ahorcó en la cárcel de Albocàsser horas antes de Nochebuena. El agente, que se encontraba en prisión preventiva a la espera de juicio, estuvo incluido hasta el pasado mes de octubre en el Programa de Prevención de Suicidios (PPS) porque ya intentó quitarse la vida en otra ocasión.
    Los padres de Julio recibieron la trágica noticia sobre las diez de la noche del martes. «Llamaron al timbre y me dijeron que eran los abogados de mi hijo», explica Maruja Tatay. «Creía que me iban a dar una buena noticia, como un permiso de Navidad para mi hijo, y que venían a decírmelo en persona», afirma la madre del policía.
    Pero cuando la mujer abrió la puerta y vio el semblante cariacontecido de los letrados enseguida presintió la tragedia. «Fue terrible. Me dijeron que tenían que darme una mala noticia, y como madre aún me resistí a aceptar que estaba muerto. Pensé que se había peleado con otro preso», recuerda Maruja. Segundos después, la mujer rompió a llorar tras escuchar las palabras más duras para cualquier madre. «Mi marido enfureció. Estábamos destrozados. Nuestro único hijo había muerto en la cárcel. Aún no me lo puedo creer. Ese mismo día habíamos hablado con él por teléfono», señala con los ojos humedecidos. Julio sufrió un ataque de ira y llamó por teléfono a la casa de Germán Sánchez, «el único culpable y responsable de la muerte de mi hijo», asevera Maruja con rabia e impotencia. «Él nos robó 63 millones de pesetas con las preferentes, y él provocó la desgracia en nuestra familia», asegura la mujer.
    «Mi marido lo insultó y le dijo del mal que tenía que morirse, pero no lo amenazó. Los abogados estaban delante y escucharon la conversación», sostiene Maruja. Pero la versión de la mujer de Germán Sánchez es distinta. «Llamó dos veces en Nochebuena y otra a las diez de la mañana del día de Navidad. Estaba muy nervioso y dijo que mi marido no iba a llegar a casa», afirma Amparo Ramos, que acudió al juzgado de guardia con su esposo para presentar una denuncia por las presuntas amenazas del padre del policía fallecido. Horas después, sobre las cuatro de la tarde de ayer, tres policías nacionales se presentaron en la casa de Julio y Maruja y le dijeron al afligido e indignado padre que tenía que acompañarles a la comisaría.
    «Se lo llevaron detenido. Nos han dicho que sólo iban a tomarle declaración, pero iba como detenido. Los policías han sido muy amables y no le han puesto las esposas», explica Maruja. «Mi hijo muere en la cárcel, y a mi marido lo detienen por insultar al culpable. No hay derecho», se queja la mujer. Sobre las siete y cuarto de la tarde, Julio fue puesto en libertad, aunque el juez de instrucción número 6 de Valencia le impuso una orden de alejamiento respecto al exdirector de Bankia y su familia.Varios policías locales le esperaban en la calle. Los agentes abrazaron y animaron al hombre. También le dieron algún consejo para apaciguar su ira. Julio estuvo en todo momento arropado por sus familiares y los compañeros del agente fallecido.
    «Es lo mínimo que podíamos hacer por Julio y por su padre. Nuestro compañero era una gran persona y un gran policía. Son dos víctimas más de las preferentes, pero una ya está muerta», exclama con tristeza un policía local cuyo nombre omitimos por su propio interés. «Está claro que no tenía que haber hecho lo que hizo, pero el acuchillamiento fue una clara consecuencia de un trastorno mental por la pérdida de todos sus ahorros», aduce el agente.
    La trágica noticia de la muerte de Julio y la posterior detención de su padre fueron muy comentadas ayer en grupos de WhatsApp de policías locales de Valencia. La agresión al exdirector de Bankia tuvo lugar el 26 de mayo por la tarde en el domicilio de la víctima en La Punta.
    El policía local estaba indignado y deprimido por el dinero que perdió su familia en las preferentes, unos 350.000 euros, y la depresión de su padre por la nefasta inversión en las acciones de la antigua caja de ahorros. Las preocupaciones acuciaron tanto a Julio que llegó incluso a comentar a sus compañeros su intención de quitarse la vida. «Algún día me tengo que tirar desde el Miguelete», dijo el agente en alguna ocasión. Mientras sus compañeros del retén del Carmen intentaban quitarle de la cabeza sus ideas suicidas, Julio no dejaba de culpar a Germán Sánchez de las pérdidas millonarias de la familia, y por ello lo acuchilló y golpeó con una silla.
    Tras ser detenido por un intento de homicidio, el agente fue trasladado a la cárcel de Albocàsser, donde lo encontraron muerto en su celda. Un funcionario descubrió el cadáver sobre las cinco de la tarde del día de Nochebuena. Horas antes, Julio habló con sus padres y su hijo de cinco años. «Papá, ¿cuándo vas a venir?», preguntó el pequeño durante la conversación telefónica.

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