Las Navas del Marqués a 28 de mayo de 2023 |
21 visitas ahora |
Tweet |
La lectura le adormilaba. Le dolía el cuello por la concentración. Con un suspiro bajó el libro a las rodillas y miró alrededor. Las caras de la gente se mecían parsimoniosas con las leves sacudidas del vagón de metro. Escudriñó esas caras con hastío. Salvo algunas parejas cuchicheando eran siempre iguales: largas, móviles, miradas en el vacío. Aburrimiento, impaciencia, exasperación.
Imaginaba cómo serían sus vidas: los niños ruidosos esperando en casa, el trabajo que quedaba atrás, siempre monótono, con esa falta de pasión, de iniciativas. Un vagón de ovejas humanas.
Gente incapaz de hacer un alto en sus vidas y mirar alrededor con curiosidad. Incapaz de buscar el colorido de lo variado, de romper el traqueteo diario de su agónica rutina. Un vagón lleno de ilusiones aplastadas.
Siguió observando lentamente presa de una extraña sensación. No era la única. Una sospecha empezó a invadirla pero procuró disimular, a la vez que intentaba encontrarle con el rabillo del ojo. Y de repente...
Se sobresaltó. Había observado a la chica desde que bajó el libro, inventando la historia de lo que pasaba en su cabeza, pero ella le ha descubierto.
Sonrojado y avergonzado bajó la mirada al suelo, reprochándose el haber sido incauto al mirarla tan fijamente. Pero él estaba seguro de que habían sintonizado la misma frecuencia. Las manos le empezaron a sudar, el corazón a latir más rápido, se las secó disimuladamente con el pantalón. ¿Le diría algo? Creía sentir una presión en la nuca, una incomodidad que le invadía y angustiaba. Lentamente intentó observarla de soslayo, un poco más, hasta que...
Se azaró. Había estado observando al chico desde que le había pillado mirándola, inventando lo que había pensado todo ese rato de ella.