Las Navas del Marqués a 29 de marzo de 2023 |
33 visitas ahora |
Tweet |
Los Payasos son gente admirable. Lo digo muy en serio, tienen un oficio duro y difícil: hacer brotar de nuestro interior lo mejor de nuestra humanidad. No pretenden poner una sonrisa tonta e indiferente en nuestra cara, si no despabilar nuestra conciencia para que seamos nosotros mismos quienes vayamos a buscar la sonrisa allá donde esta se encuentre. Su propósito no es que nos olvidemos de los problemas si no que los asumamos con otra actitud, con la misma actitud del Payaso que se tropieza y cae mil veces y se levanta y sigue otras mil, o del que sonríe a pesar de las lágrimas que tiene pintadas bajo los ojos. El Payaso no escapa de su existencia, no reniega de quién es, y tampoco quiere que nosotros lo hagamos. En esto pone todos sus esfuerzos.
Hay mucha filosofía y mucho oficio detrás un Payaso, por eso me jode que esta palabra se utilice habitualmente como un insulto. Pero es que no puede ser de otra manera porque hoy en día hay mucho amateur haciéndose pasar por Payaso. Una camarilla de individuos sin escrúpulos ha usurpado el oficio y lo han bastardeado sin descanso con fines siniestros, es decir, con los contrarios a los que tienen los Payasos de verdad. Quieren un auditorio repleto de risas flojas y bobaliconas, quieren drogar al público más que despertarle, quieren que vivamos una realidad virtual y les dejemos a ellos el control de nuestra verdadera existencia. Quieren idiotas aplaudiendo por inercia.
Mucho me temo que el Payaso está en vías de extinción. Ahora no hay más que payasos usurpadores y el público español, por no decir el público planetario, presencia alucinado sus macabras funciones con la baba colgando y la sonrisa tonta. Día tras día, las representaciones de esta gentuza se tornan más horribles y disparatadas, y el público, por su parte, se sumerge a pasos agigantados en un peligroso estado catatónico donde la risa se dibuja en su cara sin motivo aparente y aplauden maquinalmente a figuras y voces que ni siquiera pueden distinguir.
Ayer veíamos entrar a Messi ("fue mi papá") en los juzgados de Barcelona atravesando un pasillo de aficionados armados con cámara y libreta (por si cuela un autógrafo) que a ratos hasta le vitoreaban: el payaso y su audiencia. Solo le faltaba la alfombra roja y eso hubiera parecido una de las funciones de payasos más famosas del mundo, la gala de los Oscars. Hay muchos payasos del mismo gremio que Messi que, a pesar de sus excesos, llenarían hasta la más exigente de las carpas circenses. Y otros que quieren entrar en el club, como por ejemplo el payaso Bale, aclamado en el caro auditorio Bernabeu por asistentes que a duras penas pueden pagar su hipoteca o encontrar trabajo. Es sencillamente penoso.
También ayer (y digo ayer como podría decir hoy o incluso mañana) nos enteramos de que los payasos que se han empeñado (o mejor dicho, que han empeñado al contribuyente) en que Madrid sea sede olímpica, han pagado en honorarios a un tal Terrence Burns, el tipo que inventó los cuatro chistes que le tenían que soltar al Circo Olímpico Internacional, ni más ni menos que 220.000 Euros. Mal negocio, y más tras comprobar que los chistes que salieron por la boca de payasos tales como Ana Botella o el Príncipe Felipe no hicieron ni puta gracia al jurado; aunque muchos españoles se troncharan de corazón al oírlos, sobre todo aquellos que todavía viven en los mundos de Yupi.
Hay tantos ejemplos que se podría publicar una enciclopedia por tomos con todos ellos (la operación del rey daría para un solo tomo y el parlamento para dos, como mínimo). Abran el periódico o enciendan la tele (háganlo al azar, como el que saca una carta cualquiera de la baraja), y siempre se toparán con algún payaso. Con muchos payasos usurpadores que han abandonado la ética y la responsabilidad de sus oficios, que no sus salarios y privilegios, para suplantarlas por una imitación deformada y diabólica de los Payasos de verdad. Pero esta escoria política, deportiva, periodística, televisiva, etc., no sería nadie sin su sumisa audiencia, solo el Público puede decidir el destino del circo en el que han convertido nuestra sociedad, solo el Público puede dejar de ver ídolos y líderes donde solo hay una camarilla de payasos.